Así habla Jesucristo a los apóstoles al escuchar lo que éstos le contaban al concluir su misión. El Señor, después de escucharlos, invita a los apóstoles a ir con él a un lugar tranquilo para que puedan descansar. Todo parece muy normal. Sin embargo, está presente en mi mente lo que solemos decir a quien se acerca a nosotros después de una jornada intensa de trabajo: “Ve, descansa un poco y más tarde hablamos”. Con estas palabras, u otras parecidas, aconsejamos a la persona cansada el modo adecuado para poder continuar su jornada: primero, retírate y descansa; después hablamos.
Jesucristo no invita a sus apóstoles a que vayan a descansar, alejándose de él. Por el contrario, les dice: "Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco". Estas palabras del Señor recuerdan aquellas otras que decía a todas las personas que le rodeaban y que se encuentran en el evangelio de Mateo: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28). Aunque en el evangelio de Marcos no aparece la misma expresión, su sentido es coherente con lo que en este domingo Marcos pone en boca de Jesús diciéndoles a los discípulos: "Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco". El imperativo “venid” indica que el Señor ofrece a sus discípulos el descanso que necesitan, no alejándose de él, sino estando a su lado.
“Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco” (Mc 6,31)
La cercanía con el Señor es la garantía no sólo del “descanso” sino de la verdadera vida: la Vida con Jesucristo. En la segunda lectura, San Pablo, escribiendo a los cristianos de Éfeso, resume la esencia de la vida cristiana. Concluyendo, y refiriéndose a Jesucristo, nos dice: Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu (Ef 2,17-18).
El verdadero “descanso”, la verdadera “paz”, todo esto lo encontramos en Jesucristo, que nos invita a todos a acercarnos a él, a permanecer a su lado, a alimentarnos de su palabra, a vivir su vida, a identificarnos con él en la Eucaristía.
El apóstol Pablo experimentaba continuamente lo que significaba predicar a judíos y a gentiles, dos pueblos enfrentados, excluyentes. Su comprensión de la persona de Jesucristo le hizo cambiar radicalmente su punto de vista judío para comprender que Jesucristo no había venido al mundo para el pueblo de Israel exclusivamente, sino para toda la humanidad, para judíos y no judíos.
En pleno siglo XXI, no nos resultan ajenos los enfrentamientos entre judíos y una parte de árabes, hasta tal punto que las palabras de san Pablo siguen siendo de estremecedora actualidad hablando de Jesucristo: Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu (Ef 2,17-18).
Mientras no haya paz en el corazón del ser humano, por un motivo u otro, la humanidad seguirá enfrentándose, la enemistad y el odio continuarán prevaleciendo sobre la paz que Jesucristo ofrece a todos, pues a todos ofrece su paz, paz para el pueblo de Israel y paz para todos los demás pueblos.
Actualmente, la paz en nuestra humanidad se nos antoja demasiado lejana. Todos hemos de afianzar la paz en nuestro interior, en nuestra mente y en nuestro corazón, superando la “enemistad”, haciendo las paces en lugar de las guerras. A las personas cristianas nos incumbe la tarea de vivir con la paz en nuestro corazón, superando toda clase de egoísmo y de indiferencia. Conservar la paz es tarea de todos, y, especialmente, de las personas cristianas, pues tenemos el cuidado de la paz como vocación y cometido en nuestra vida.
“Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco” (Mc 6,31)
En la primera lectura, el profeta Jeremías proyectaba su mirada sobre un futuro esperanzador. Su visión se abre a un horizonte donde se hará presente la acción del Mesías, que reinará como monarca prudente, con justicia y derecho.
Estas son palabras que suenan a utopía en nuestro tiempo, pues por todas partes echamos en falta la paz y el bienestar de la humanidad. Tenemos la impresión de que poco, muy poco, avanzamos por el camino de la paz y la concordia entre los pueblos de la tierra.
La denuncia del profeta Jeremías resuena en nuestro siglo XXI, donde parece imperar el egoísmo y la prepotencia. Por todas partes se suspira y anhela otra manera de vivir, no impuesta por la fuerza y la mentira, sino por la verdad y la colaboración entre todos los pueblos de la tierra.
Ahora bien, el profeta Jeremías no se limita a denunciar la situación de su tiempo, sino que abre la puerta a la esperanza, anunciando la llegada de uno que “reinará como monarca prudente, con justicia y derecho en la tierra”, y será llamado: “El Señor-nuestra-justicia”.
El Señor-nuestra-justicia no es otro que el mismo Jesucristo. Las personas que escuchan su voz y le siguen experimentan la verdadera paz en su mente y en su corazón y se convierten en testigos de esperanza para nuestro mundo, necesitado de paz, de verdadera paz.
Todas las personas cristianas hemos de sentirnos interpeladas ante la misión que hemos recibido en nuestro bautismo: ser testigos creíbles de Jesucristo, hacer presente a Jesucristo en el ambiente en el que vivimos. Para esto el Señor nos quiere siempre a su lado y nos invita: Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco.
“Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco” (Mc 6,31)
La invitación que el Señor dirige a sus discípulos para que lo acompañen a un lugar tranquilo y puedan descansar un poco no ha podido llevarse a cabo, pues cuando pensaban haber llegado a ese “lugar desierto” se encontraron con una multitud de personas y el programado descanso saltó por los aires, pues Jesús “vio una multitud y se compadeció de ella… y se puso a enseñarles muchas cosas”.
Este “cambio de planes” es muy instructivo para nosotros, pues solemos estar convencidos de que si aquello que hemos programado hacer nos parece bueno, sin duda que lo llevaremos a término. La página del Evangelio nos instruye a propósito de nuestros “programas”, para que estemos siempre abiertos a la posibilidad de que no siempre nos resulte posible llevarlos a cabo. El programa de Jesús para sus discípulos cambió, y el Señor se puso a enseñar a la multitud muchas cosas.
Hermosa lección para nosotros en nuestra vida y en nuestro apostolado: hemos de estar siempre atentos a lo que el buen Dios disponga en cada momento, para aprovechar la ocasión y saber sacar partido de lo que aparentemente nos pudiera parecer una contrariedad. Si el Señor “escribe derecho con renglones torcidos”, de nosotros se espera la prontitud para cambiar el chip y adaptarnos a la nueva e inesperada situación, tal como le sucedió al mismo Jesucristo, que había invitado a sus discípulos a descansar un poco, descanso que tuvo que esperar tiempos mejores.
¿Cómo reacciono cuando mis programas no se realizan? ¿Soy capaz de orientar mi mente y mi corazón hacia el Señor y comentar con él mi estado de ánimo, mis sentimientos? ¿Voy aprendiendo a repensar lo que me está sucediendo y tratar de entender que todo sirve para el bien de quienes aman a Dios? De verdad: ¿es Jesucristo mi descanso, mi consuelo, mi vida? Jesucristo se preocupa de los “misioneros” que regresan de su predicación: ¿qué importancia tiene la “misión” en mi vida? ¿De verdad vivo la realidad de la Iglesia como “misionera”, una Iglesia “en salida” como gusta repetir el Papa Francisco?
Evangelio del domingo 21 de julio del 2024