El evangelio de hoy nos presenta una primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el Cenáculo, la noche de la Pascua, y otra aparición que tiene lugar ocho días después.
A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo. Las puertas estaban cerradas “por temor a los judíos” (Jn 20, 19). Jesús aparece y les dice dos veces “la paz esté con vosotros” (20, 19.21). Ese encuentro es también una gran alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor” (20,20). Somos invitados a experimentar esa paz que nos regala Jesús con su resurrección, y esa paz es la clama a gritos nuestro mundo.
A continuación, después de repetir el deseo de paz, añade una tarea para los discípulos: “Como el Padre me envió, yo os envió a vosotros”. La resurrección de Jesús no es un hecho individual, que sólo tiene que ver con él, sino que nos implica a todos. Él nos comunica su vida nueva: una vida de amor intenso, que quiere transformar el mundo. Jesús resucitado confía misiones para cumplir: a María Magdalena, a las mujeres, y ahora a los apóstoles y hoy nos toca a todos los bautizados.
“Felices los que crean sin haber visto”. La enseñanza dada a Tomás supone un beneficio para nosotros. De este modo nos hace comprender que la fe nos pone en una relación muy bella con él, más profunda que la visión material de su cuerpo resucitado. En efecto, nuestra relación con él debe ser una relación de fe. Y cuanto más pura sea la fe, tanto más profunda y perfecta nuestra relación con él.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35:
"El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común…"
Salmo 117:
R/ "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia."
Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 5, 1-6:
"Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él…"
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 20, 19-31:
"Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso enmedio y les dijo: «Paz a vosotros»…"
La paz esté con vosotros
El evangelio de hoy nos presenta una primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el Cenáculo, la noche de la Pascua, y otra aparición que tiene lugar ocho días después.
A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo. Las puertas estaban cerradas “por temor a los judíos” (Jn 20, 19). Jesús se presenta ofreciendo palabras significativas. Podría reprenderles de manera severa, porque todos les abandonaron; sin embargo, le ofrece su paz a eso corazones paralizados y limitados por el miedo. Dos veces le dice “la paz esté con vosotros” (20, 19.21). Ese encuentro es también una gran alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor” (20,20). Se trata de la alegría por su victoria, la alegría sobre todo de su amor, que ha derrotado nuestro egoísmo y nuestra maldad.
Es la paz que viene después de la victoria. Jesús ha vencido al mal y a la muerte, al odio y a todo egoísmo; por eso puede traernos la reconciliación y la paz. En vez de un reproche, dirige a los discípulos un deseo de paz. Somos invitados a experimentar esa paz que nos regala Jesús con su resurrección, y esa paz es la clama a gritos nuestro mundo.
Yo os envió a vosotros
A continuación, después de repetir el deseo de paz, añade una tarea para los discípulos: “Como el Padre me envió, yo os envió a vosotros”. La resurrección de Jesús no es un hecho individual, que sólo tiene que ver con él, sino que nos implica a todos. Él nos comunica su vida nueva: una vida de amor intenso, que quiere transformar el mundo. Jesús resucitado confía misiones para cumplir: a María Magdalena, a las mujeres, y ahora a los apóstoles.
A fin de comunicarles la fuerza necesaria para llevar a cabo esta misión, que es la continuación de la suya (“Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros), Jesús les da el Espíritu Santo: “Recibid el Espíritu Santo”. El evangelista nos hace comprender así que el Espíritu Santo es un don del Resucitado, un don que Jesús nos ha obtenido con su victoria sobre la muerte.
En este sentido, el documento de Aparecida de la conferencia latinoamericano nos recuerda esta misión: “El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios” (Cfr. DA 278, 2007).
Es tiempo de pascua, tiempo de reconocer y superar nuestros miedos que nos tiene poco paralizados. Cada uno tiene sus propios temores, que le quitan el entusiasmo, la decisión, el impulso. Las inseguridades y las desconfianzas profundas nos vuelven seres mediocres, que estamos siempre buscando seguridades terrenas. El incrédulo Tomás nos muestra que el miedo y la desconfianza están unidos. Podemos salir adelante dejando que la luz y fuerza del Espíritu Santo nos ilumine y teniendo la certeza que somos enviados por el mismo Jesús Resucitado.
Felices los que crean sin haber visto
En este párrafo se destaca la incredubilidad de Tomás, que se convierte en un elogio para los creyentes de hoy, que creen sin tener esa visión de Jesús resucitado: “Felices los que crean sin haber visto”. La enseñanza dada a Tomás supone un beneficio para nosotros. De este modo nos hace comprender que la fe nos pone en una relación muy bella con él, más profunda que la visión material de su cuerpo resucitado. En efecto, nuestra relación con él debe ser una relación de fe. Y cuanto más pura sea la fe, tanto más profunda y perfecta nuestra relación con él.
Sucede muchas veces que, también hoy muchos de nosotros queremos ver para creer, le exigimos a Dios signos y prodigios como condición para creer, y entonces no tenemos nada que reprochar al incrédulo Tomás.
Hay que destacar que Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad, no dejó de encontrarse con los hermanos. Así se nos recuerda la importancia de vida comunitaria para perseverar en el bien, para ser contenidos, para dejar un espacio abierto que en el aislamiento se cierra más fácilmente.
Pero no podemos vivir intensamente sin una confianza profunda, porque sí estamos inseguros por dentro, nos volvemos como esos discípulos encerrados, incapaces de producir algo en la sociedad. Sin esa confianza que toca la raíz del corazón no puede haber alegría, optimismo, ganas de luchar. Tampoco puede haber una actitud misionera y generosa.
Finalmente, este texto nos dice que el evangelio no narra todo lo que Jesús hizo; “otras muchas señales” que no fueron escritas, pero que la Iglesia ha ida transmitiendo de boca en boca y de generación en generación; es la Tradición oral, de la cual también habla claramente san Pablo en 2 Tes 2, 15: “Conserven fielmente las tradiciones que recibieron de nosotros, oralmente o por carta”.
Entonces no nos quedemos en los detalles, no nos detengamos a criticar la incredubilidad de Tomás. Lo que este texto nos quiere transmitir es que no tenemos que esperar una demostración para poder creer, y tampoco es necesario ver cosas extraordinarias. Basta permitir que el Espíritu Santo nos toque, ilumine el corazón y leer el Evangelio con confianza y apertura. Todos tenemos algo de Tomás dentro de nosotros. Perseveremos entonces en la oración, la meditación de la Palabra y la vida comunitaria, para que no crezca la duda sino la confianza creyente, y así dar testimonio de la fuerza de la fe en la resurrección y con el testimonio de la caridad fraterna.
Para meditar y reflexionar:
¿Soy un mensajero de la paz y de la alegría del Evangelio?
¿Como bautizados experimenta la necesidad de compartir con otros la alegría de ser enviado, de ir al mundo, a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado?
Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad: ¿Sos parte de una comunidad? ¿Qué te aporta y tú qué le das?
Evangelio del domingo 7 de abril del 2024