Seguimos en el tiempo pascual, un tiempo marcado por el sentido de la muerte y la resurrección de Jesús: una vida entregada hasta el final y rescatada de la muerte por amor. Desde entonces, Jesús mantiene con nosotros una relación singular. Nuestra fe no es una afirmación teórica, sino una experiencia de relación personal con Él.
En la liturgia de hoy se describe esa relación con dos imágenes muy sugerentes: Jesús es la piedra angular, el único punto de apoyo firme en la construcción de nuestra vida de creyentes, el único soporte fiable de la Iglesia y de su misión en la historia.
Por otra parte, Jesús es nuestro Buen Pastor. No nos movemos en la vida por pura iniciativa y arbitrariedad. Nos movemos porque su voz nos congrega, nos acompaña y nos dirige. Es el compañero fiel que no nos abandona.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 8-12:
"En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo:.. quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros…"
Salmo 117:
R/ "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular"
Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 3, 1-2:
"Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él…"
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 10, 11-18:
"En aquel tiempo, dijo Jesús:«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa;…"
Jesús se ha convertido en piedra angular
Los humanos tenemos tantas y tan dispares experiencias a lo largo de nuestras vidas que necesitamos un punto de apoyo que nos ayude a poner un cierto orden entre ellas. Lo contrario nos sumiría en un caos, un sinsentido.
Las diversas ideologías antropológicas han presentado a lo largo de la historia, también en nuestra época, propuestas de puntos de apoyo que den unidad y sentido a cuanto experimentamos. Estas propuestas tienen que ver con la más radical, que es la búsqueda del sentido de la vida. Nos han orientado hacia el valor de la sabiduría, de la virtud, de la justicia, de la satisfacción de necesidades, del dominio de la naturaleza a través de la técnica… De una u otra manera, la piedra angular en esas ideologías es el propio sujeto humano, que en nuestro tiempo sigue moviéndose entre el utilitarismo y el nihilismo.
Las primeras generaciones cristianas contaron con otra experiencia, que les dio otra perspectiva: Jesús se ha mostrado en su trayectoria como el único que puede salvarnos. Es la piedra angular. Sus convicciones más arraigadas, sus apuestas en la vida, sus compromisos más sinceros, los valores que sostuvieron su personalidad, son un paradigma para nosotros. Él es el único punto de apoyo firme con que contamos para construir nuestra vida de creyentes. Y es también el único soporte fiable de la Iglesia y de su misión en la historia.
Cuando han corrido más de dos mil años de los acontecimientos pascuales, los cristianos debemos preguntarnos ¿en qué o en quién apoyamos hoy nuestra vida? ¿qué convicciones son sostienen? ¿qué valores nos construyen? ¿Nos fiamos de Jesús para mantener nuestra Iglesia y sus compromisos con la gente?
De nuestra respuesta depende en buena parte la pervivencia de un cristianismo sincero y honesto que no se diluya en ideología o en mero pragmatismo.
La mala suerte del rebaño en manos del asalariado
En las culturas antiguas de Oriente, “pastor” era sinónimo de “guía”, “jefe”, “rey”: alguien puesto al frente del pueblo para conducirlo a la seguridad y el bienestar. Esto debería haber sido siempre así, pero el pueblo de Israel, como los otros pueblos, ha tenido las amargas experiencias de dirigentes que les han gobernado pensando más en sí mismos y en sus intereses que en el bien de quienes les han sido confiados.
Los profetas habían denunciado esa perversión y sus funestas consecuencias. Ezequiel había clamado en nombre de Dios sobre la malicia de los pastores que cuidan de sí mismos, que se aprovechan de sus ovejas, que no fortalecen a las débiles, que no van en busca de la perdida, que tratan a su rebaño con violencia y dureza, por lo que las personas andan dispersas como ovejas sin pastor.
Dios promete a los suyos un futuro mejor: Él mismo vendrá a buscarlas, las reconocerá, las librará, y hará con ellas un pacto de paz.
El Buen Pastor da la vida por las ovejas
El relato de Juan recoge el cumplimiento de esa profecía: contrapone la degeneración de los responsables de su tiempo con el ministerio cercano y auténtico de Jesús, a quien presenta como el Buen Pastor.
A los dirigentes corrompidos no les iba la vida en la suerte de las ovejas, Él, en cambio, las cuida amorosamente hasta el extremo de dar su vida por ellas. Ninguna otra cosa explica su predilección por los pequeños, las mujeres, los enfermos, los pecadores, Ninguna situación humana discrimina a los destinatarios de su mensaje ni a los beneficiarios de su entrega.
Leemos este evangelio tras haber contemplado un año más los acontecimientos de la Pascua. No fueron tres días excepcionales en la trayectoria de Jesús; podríamos decir que resumieron su vida entera, su entrega hasta la muerte y su resurrección, garantía de la nuestra. En ellos Jesús se ha mostrado como el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, que sabe de sus entusiasmos y fragilidades, que no les falla nunca, cuyo dolor, pecado y esperanza carga sobre sí mismo.
Hay que recordar que, en el arte cristiano, uno de los primeros símbolos de Jesús fue la figura del Buen Pastor, tanto en la pintura ya en el siglo II, como en la escultura de los inicios del IV. Mucho tiempo, pues, antes de que se representara la crucifixión. Se manifiesta así la conciencia cristiana, personal y comunitaria de una existencia radicalmente acompañada y amorosamente asumida. Si religión quiere decir religación, el cristianismo sabe mucho de ese ligar y volver a ligar a Dios con nuestras vidas en el testimonio y la entrega de Jesús.
Cuidado o poder
Esta alegoría del pastor fue tomada muy pronto por las comunidades cristianas primitivas para referirse a sus dirigentes. Eran sus pastores. Pedro habría sido enviado así por el mismo Señor Resucitado a las orillas del lago: apacienta a mi pueblo. Me parece muy significativo que ese encargo se concrete en un diálogo sobre el amor, como resaltando que es en el amor a Jesús y los suyos donde se apoya el valor de cualquier ministerio en la Iglesia (Jn. 21, 15-17).
Así se llamó también pastores a quienes, ancianos (presbíteros y obispos) guiaban a la comunidad manteniéndola unida en la memoria de Jesús y fiel a su misión (I P, 5,1), pastoreándola con las mismas actitudes aprendidas de Jesús (Ef. 4, 11)
No obstante, como ocurre en cualquier comunidad humana, familiar, amistosa, económica, sociopolítica e incluso religiosa, las mediaciones de responsabilidad y el “pastoreo” mantienen un difícil equilibrio entre la fidelidad a la gestión encomendada y un uso desorientado del propio poder. La experiencia cotidiana nos muestra que todos recibimos un cierto poder sobre otros y que corremos el riesgo de usarlo para nosotros mismos.
El recuerdo del cuidado de Jesús hacia los suyos, y de muchos buenos pastores que a lo largo del tiempo se han dado entre nosotros nos ayudan a aprender a cuidar de los demás. Se ha dicho que “el cuidado es un arte” Ojalá no nos falten las actitudes que le hacen posible: “el desvelo, la solicitud, la diligencia, el celo, la atención, el buen trato, la ternura” (Cf. José Carlos Bermejo)
Para la reflexión.
¿Sigue siendo Jesús el principal referente, la piedra angular para construir tu personalidad y en la vida y la misión de la Iglesia?
¿Qué te sugiere la figura del Buen Pastor para tus relaciones con aquellos con los que tienes alguna responsabilidad en la vida de cada día?
Evangelio del domingo 21 de abril del 2024