Las lecturas que nos presenta la liturgia de este domingo decimotercero del tiempo ordinario, nos dan paz interior; porque nuestro Dios es un Dios en la persona de su Hijo Jesucristo, que trae la curación a nuestras heridas del espíritu, nos levanta para seguirlo en nuestra vida y poder gozar de su salvación.
Si la muerte entró en el mundo por el pecado, como enseña el libro de la Sabiduría, fue vencida por la fuerza del Señor Jesús. Fuerza que tenemos que recabarla por medio de la oración, (que no está en alza día hoy en día), como manera de relación con esa Vida, meta de última de nuestra salvación.
Hoy en día, hay muchos “salvadores”, que no dan esa Vida Divina, semilla de inmortalidad, que Dios preparó para todos sus hijos por él creados: “Dios creó al hombre para la inmortalidad” (1ª lectura).
Esta es la gran riqueza que el Sumo Hacedor ha compartido con sus criaturas, y que como beneficiarios de ella, nos anima y empuja para compartirla haciéndosela llegar a los demás.
Como enviados al mundo, y con cariz misionero en cualquiera de los estados de vida en que se esté, hay que compartir las riquezas, no solo materiales, que también, sino, también las espirituales que dan salvación y ayudan a soportar la desesperación y el fracaso, como ocurre con los personajes del evangelio de hoy.
La actitud positiva de la liturgia de este domingo, nos afianza en el canto de alabanza del Salmo 29. El Señor nos ha sacado de la fosa, y también, cambia nuestro luto en danzas.
Lectura del libro de la Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24:
"Dios no hizo la muerte ni se complace destruyendo a los vivos."
Salmo 29.
R/ "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado."
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 8, 7. 9. 13-15:
"Lo mismo que sobresalís en todo - en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que os hemos comunicado -, sobresalid también en esta obra de caridad…"
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 5, 21-43:
"Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva»"
El ser llamados a la vida es algo maravilloso que Dios da, y ha de ser vivida con agradecimiento, a pesar que en algunos momentos, se vea truncada por la enfermedad, la pobreza, los problemas de cualquier tipo, las guerras, y en general cualquier vulnerabilidad, etc. y que incluso parezcan ser insoportable. Es la muerte física la que parece ser más insuperable, pero para el cristiano es más superable, ya que la muerte al pecado fue superada por Cristo en el bautismo.
La relación estrecha con Cristo por medio del contacto espiritual de la oración, y poder saborear sus sacramentos, da a quienes cuidan esa relación la confianza en la palabra de Jesús y a orillar el pecado y la muerte, porque se aspira a los bienes de allá arriba como dice san Pablo. Es cruzar a la otra orilla como escribe el evangelista Marcos.
Dios no hizo la muerte, dice la Sabiduría, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; al contrario, por eso nos envió a su Hijo, para que muertos al pecado vivamos con espíritu de resurrección. La resurrección, punto álgido donde debe apoyarse nuestra fe, es lo que transmite el evangelio de hoy.
La enfermedad y la muerte física, apuntada por el evangelista Marcos, en dos mujeres (la mujer adulta enferma de hemorragias,12 años enferma y la hija del jefe de la sinagoga de 12 años) le sirven a Marcos para poner de manifiesto la resurrección. Una estaba dormida, que no muerta, y Jesús tomándola de la mano la despierta del sueño de la muerte; la otra, toca el vestido de Jesús y desaparece su impureza, pudiendo así ser aceptada entre los suyos, según la ley judía su enfermedad la hacía impura.
En ambos pasajes la fe, animada por la oración, de súplica, por un lado, (el jefe de la sinagoga), y de confianza silenciosa (la mujer con hemorragias) más el contacto del Señor, directamente (“la cogió de la mano”) e indirectamente y, (“acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto”), y en silencio, ambas mujeres son curadas.
Esa fe capaz de dar vida y salvación, queda clara por las palabras del Señor Jesús: No temas; basta que tengas fe” dice a Jairo y a la mujer; “Hija tu fe te ha curado”.
El seguidor del Señor Jesús, cruza a la otra orilla, donde posiblemente no esté la Vida y menos la Salvación, para que mezclándose con todos (“acompañado de mucha gente que lo apretujaba”) lleve ese mensaje salvífico que solo Dios puede dar.
El acompañar a los de la otra orilla: increyentes, doloridos en el espíritu y en el cuerpo o en cualquier otra necesidad, ayuda a nivelar preocupaciones. No solamente los materiales, -que también-, sino por el hacernos como Jesucristo, pobres por los demás. Es una forma inmediata de poner en marcha y funcionamiento la sinodalidad (sin menos cabo del aspecto jerárquico) con el necesitado. Éste ha de ver en la acción del cristiano la mano de Cristo que les toca para levantarnos, y hemos de tener confianza, sin miedo, en tocar al Señor en las llagas y vulnerabilidades de quien se acerque a nosotros demandando cubrir su necesidad.
¿Qué hacer y cómo proceder ante las realidades humanas de la enfermedad y la muerte? ¿Cómo es la oración que practicamos: de súplica o de silencio; pública en asamblea o privada e interior?
Quizá el miedo al contacto con el necesitado, sea su necesidad de la clase que sea, nos paralice a cruzar a la otra orilla por comodidad o por miedo al contagio. Orilla que un día se ha de cruzar para vivir en plenitud la Salvación que Cristo trae para todo el que quiera aceptarla, y especial para los que por la fe podemos o pueden vivir un atisbo de ella en esta vida.
Dejarse abrazar por Cristo elimina lo inmediato, hacer vislumbrar el horizonte de perfección que es Dios (la resurrección), que conlleva la felicidad inmortal, cuyas semillas ya están en el verdadero seguidor del Señor.
¿Ayudamos a vivir a los demás, cómo preparar la Vida definitiva, haciéndolos con nuestro comportamiento, deseable la vida presente? Si esta vida no se hace atractiva, difícilmente se deseará la otra.
¿Comunicamos la Vida definitiva que Cristo nos da a través de los sacramentos y de la acción caritativa?
Si creados por Dios ¿creamos y recreamos la vida terrena por el cuidado que de ella hacemos?
La fe mueve montañas. Ánimo, y encomendémonos al Señor, y el actuará.
Evangelio del domingo 30 de junio del 2024