'Su corazón está lejos de mí' Evangelio 1 de septiembre del 2024. Por el Padre Héctor de los Ríos.

"SU CORAZÓN ESTÁ LEJOS DE MÍ"

En el pasaje evangélico que leemos este domingo, Jesús nos remite a nuestro corazón, pues de él brota lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Un corazón puro es el secreto de una persona unificada y libre. Según Søren Kierkegaard, un corazón puro es el que solo quiere una cosa: Dios y su voluntad.

La pureza de corazón es la integridad absoluta capaz de vencer los deseos que debilitan y dividen. Un corazón puro es un corazón receptivo, fiel, recto, confiado, valiente, firme y fuerte.

La impureza de corazón consiste en separarse de Dios. Un corazón impuro nunca está satisfecho; desea conseguir siempre más, pero contando con sus propios recursos. La impureza de corazón mancha, corrompe la conciencia, destruye la coherencia de vida y conduce a la muerte espiritual. Esta impureza puede adoptar muchas formas. Cualquiera que sea la fuerza o la idea que dirige nuestra vida, si no es Cristo, entonces estamos viviendo en la impureza.

Jesús le dio mucha importancia a la pureza del corazón; incluso la hizo objeto de una bienaventuranza. Pero, ¿cómo alcanzarla? Las enseñanzas evangélicas nos ayudan a ello. Por su parte, el apóstol san Pedro nos habla en su primera carta de purificar nuestra alma «por la obediencia a la verdad hasta amaros unos a otros como hermanos […] con una entrega total». Las pruebas de la vida tienen también un efecto purificador cuando se viven con fe.

El apóstol Juan habló de esto en términos similares: «Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos; pero sabemos que cuando él aparezca, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él mismo es puro» (1 Jn 3,2-3).

A quienes se empeñan en este propósito, siempre bajo el respetuoso impulso y la ayuda de la gracia, se les promete como recompensa poder ver a Dios.

LECTURAS:

Lectura del Libro del Deuteronomio 4, 1-2. 6-8 :
"Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndose, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar…"

Salmo 14,5
R/ "Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?"

Lectura de la carta del apóstol Santiago 1, 17-18. 21b-22. 27 :
"Mis queridos hermanos: Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces, en el cual no hay ni alteración ni sombra de mutación…."

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 7, 1-8a. 14-15. 21-23
"… Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, …"

Reflexión del Evangelio de hoy

Vuestra sabiduría y vuestra inteligencia

La sabiduría es el arte de vivir bien. Esto requiere un aprendizaje al que la mayoría llegamos tarde, después de muchos errores y de forma muy imperfecta. Sin embargo, Dios no cesa de indicarnos el camino y de facilitarnos las cosas, sin rendirse nunca. Dios es el que menos desespera de nosotros y de nuestras posibilidades.

En el Antiguo Testamento reveló a Moisés, a los profetas y a otros muchos personajes el secreto de este arte. El pasaje del libro del Deuteronomio que leemos hoy nos presenta con toda sencillez el camino de la sabiduría y de la inteligencia. Se trata de vivir obedeciendo a la Palabra de Dios. El sabio es el que vive escuchando siempre a Dios, con la convicción de que Él no cesa de hablarnos comunitaria y personalmente, y de que lo que nos dice siempre es constructivo, aunque a veces nos duela tanto y se parezca a una medicina amarga.

Ante esta Palabra es frecuente la tentación de acomodarla a nuestros gustos y deseos o a nuestro modo de pensar y de entender la realidad; o la tentación de añadirle algo, pues tenemos la osadía de considerarla incompleta. Pero ese modo de acercarse a la Palabra de Dios es justamente lo contrario de lo que nos hace verdaderamente sabios. Es verdad que la Palabra de Dios ha de ser interpretada para que pueda iluminar el momento presente, sin ahorrar ninguna de las herramientas que tenemos a nuestra disposición; hay que practicar un serio discernimiento; hay que llevarla a la oración; hay que contrastarla con los otros; hay que dejarse interpelar por ella; hay que permitirle que nos cambie. Entonces la escucha será verdadera y salvadora; entonces la Palabra de Dios nos dará la vida verdadera; responderá a nuestros anhelos más profundos; entonces experimentaremos la dulzura de vivir en comunión con Dios; entonces seremos sabios y tendremos inteligencia.

Cristo, regalo perfecto que nos viene de arriba

Después de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios, que nos ha acompañado durante varios domingos, hoy comenzamos la lectura de la carta de Santiago, que parece un comentario al Salmo 14 que le precede. Estaba dirigida inicialmente a los neófitos (la palabra neófito significa literalmente «nueva planta»), es decir, a quienes habían recibido recientemente el sacramento del bautismo. Santiago les invita a explorar con él la nueva vida que han recibido; una vida vivida en el don de Dios, en su Palabra y en su luz. Los primeros cristianos entendían el bautismo como una verdadera iluminación.

El pasaje de hoy comienza invitándolos a contemplar el don del Padre de las luces. Para un cristiano, el don por excelencia, el mejor don, el regalo más maravilloso es Jesucristo. Santiago recuerda también que en el Padre no hay alteración ni sombra de mutación. Esto es una forma de hablarnos de la fidelidad de Dios. Sus dones son sin arrepentimiento. No se echa atrás por nuestras infidelidades, sino que persiste en su generosidad.

Santiago nos dice también que la verdadera escucha de la Palabra de Dios consiste en obedecerla, es decir, en ponerla en práctica. Esa Palabra nos proporciona una ley perfecta, una ley de libertad que nos hace dichosos si la ponemos en práctica en nuestra vida.

A continuación, Santiago nos recuerda en qué consiste la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios: en «atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo». Jesús, en el pasaje evangélico de este día nos enseña en qué consiste esa pureza o incontaminación del mundo.

Pegar el corazón a Dios

Los evangelistas no tienen un interés puramente histórico, no se interesan por la arqueología, sino que quieren despertar la fe de sus oyentes o lectores, en este caso, la nuestra. Por tanto, de nada nos serviría ensañarnos con los escribas y fariseos contemporáneos de Jesús si al leer y meditar este pasaje no aumenta nuestra fe en el Señor. Si los evangelistas insisten tanto en la confrontación entre Jesús y, especialmente, los fariseos no es solo porque estos tramaron su muerte, sino también porque sus comportamientos son una tentación constante para los cristianos de todos los tiempos, y son susceptibles de reeditarse constantemente, aunque con nuevas formas, a veces sutiles. Releer y meditar estos pasajes puede ser un antídoto para evitar caer en los mismos defectos. Ciertamente, los fariseos eran como nosotros, de la misma pasta. La palabra «fariseo» significa «separado». El movimiento fariseo, nacido hacia el año 135 a. C., deseaba la conversión; quería apartarse de todo compromiso político; buscaba la pureza de la fe. Pero, si no estamos vigilantes, aun los mejores ideales y propósitos se corrompen.

Los evangelistas recogen varias confrontaciones entre Jesús, por una parte, y los escribas y fariseos, por otra. Escribas y fariseos trataban de demostrar que Jesús no era un buen maestro porque no enseñaba bien a sus discípulos; se pasaba por alto las tradiciones de los mayores. Hay que reconocer que las tradiciones son muy importantes en la vida de un pueblo; son una riqueza legada por los antepasados, que expresa la sabiduría adquirida; en torno a ellas se forma la identidad de las nuevas generaciones. Por tanto, atacar las tradiciones de un pueblo es atacar su identidad. Jesús no pretende anular las tradiciones, sino purificarlas de los elementos excluyentes y nocivos.

En el pasaje de hoy, Jesús califica a los fariseos y escribas de «hipócritas», y les aplica la acusación que en otro tiempo el profeta Isaías dirigía contra todo el pueblo elegido: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos».

El culto verdadero es el que establece una concordancia entre los labios y el corazón; el que brota de un corazón apegado a Dios.

Jesús les critica también porque dejan de lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres. Esta forma de banalizar la palabra de Dios es grave, y destruye la verdadera religión, en la que Dios debe tener el primer puesto, y todo lo demás debe pasar a un segundo plano. Este comportamiento es una constante en la historia de las religiones.

Jesús aprovecha la ocasión para instruir a la gente sobre algo muy importarte y liberador al mismo tiempo, y que no ha sido aprendido ni aceptado por algunas religiones: Solo lo que sale del corazón contamina el hombre, no lo que entra por la boca.

Pero nuestro corazón será verdaderamente puro si está apegado a la fuente de la santidad y de la pureza.

¿Busco la sabiduría que viene de Dios?

¿Escucho con respeto la Palabra de Dios y tengo la esperanza de que me transforme?

¿Mi corazón está apegado a Dios, o está más atento a otras realidades o personas?


Evangelio del domingo 1 de septiembre del 2024