En este domingo, último de agosto, finalizamos la lectura del capítulo 6 del Evangelio según san Juan. Jesús aprovechó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces para dar de comer a una multitud de personas que lo seguían, y expuso el contenido del misterio eucarístico. Aclaró que él era el verdadero pan bajado del cielo para dar vida a la humanidad, necesitada de redención. En la Última Cena dará a comer su cuerpo sacramentado como pan de vida y a beber su sangre que se derramará en la cruz como bebida de salvación. La Eucaristía es fuente de vida eterna.
En el día de hoy se comprueba lo duro que resultó el mensaje del Señor, al que estaban dispuestos a levantar a lo más alto. Sin embargo, su predicación desilusionó a la multitud que lo buscaba por tierra y mar y hasta muchos de los que se consideraban sus discípulos se echaron atrás. En tales circunstancias, formuló a los Apóstoles una pregunta que, en algunos grupos religiosos, se pedía que se formulara en momentos de alguna salida: «¿También vosotros os queréis marchar?». Nada obsta para que también nos interroguemos en algún momento.
La respuesta de Pedro, adelantándose a los demás, fue bien tajante: «Señor, ¿a dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Lectura del Libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b:
"…También nosotros serviremos al Señor: ¡porque él es nuestro Dios!"
Salmo 33
R/ "Gustad y ved qué bueno es el Señor"
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 21-32:
"Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo..."
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 6, 60-69:
"En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús, dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»"
El tema central para la meditación es el de la creencia en relación con Dios, con todo lo que significa este vínculo con la divinidad. Ha sido el escollo principal y lo sigue siendo a lo largo de la historia, también en nuestros días. Hemos de clarificarnos acerca de una cuestión tan decisiva. Somos seres libres y, a la vez, condicionados por la elección del recorrido de una senda, única, en definitiva, para llegar al término. Existe un solo camino, aunque sean múltiples los modos de recorrerlo. Es de libre elección y se opta a recorrerlo personalmente. Es verdad que para llegar a ello se precisa de un buen uso de las posibilidades recibidas, pero también de la ayuda de los semejantes, especialmente de los más allegados, a comenzar por la familia.
La fe es necesaria para el crecimiento en comunidad porque, de otro modo, sufriría todo nuestro ser. Pero esta virtud no es únicamente un valor humano, sino que se necesita de la fe sobrenatural, sin la cual no llegaríamos nunca a vivir la realidad misteriosa de la salvación. Hoy se recuerda que esta fe parte de Dios, pero hay que corresponderla: «Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Josué recordaba ante el pueblo la libertad de que gozaban para la elección de su vivencia religiosa. Podían escoger entre lo que se llevaba y era usual en su entorno, o bien, lo que sintonizaba con sus raíces. Lo primero estaba al alcance; lo conocían y experimentaban, no hacía falta especificarlo. Para lo segundo, ofreció elementos de reflexión: Dios, por medio de Moisés, los sacó de la esclavitud de Egipto. Además, los acompañó incansablemente a lo largo del desierto. Guardaban todos recuerdo de prodigios y signos que realizó, al igual que la defensa obtenida. Israel reaccionó sin titubeos: «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor, para servir a otros dioses!». Fueron concordes en mantener su identidad religiosa. Además, el Decálogo guiaba su conducta. Confesaron que valía la pena la dureza del camino.
En el Evangelio, multitudes que participaron en el milagro de la multiplicación panes, acudieron presurosos al encuentro de Jesús dispuesto a predicar abiertamente acerca de cuanto preanunciaba semejante signo. El gentío y hasta muchos de sus discípulos quedaron desconcertados y murmuraban: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Les había dicho que el pan de Dios es el mismo Jesucristo que se encarna y da la vida al mundo. Por si todavía albergaban alguna duda, aclaró: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».
Pero Jesús siguió adelante: el Hijo de Dios, hecho verdaderamente hombre, subirá adonde estaba antes. Mientras tanto, se les invitaba a recibir sus palabras que contienen espíritu y vida. La crudeza del mensaje alejó de él a muchos, sin descontar a discípulos hasta entonces. Tanto fue así, que Jesús dirigió una pregunta a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Quien hasta entonces se veía rodeado de multitudes le quedaban ante sí unos pocos.
No resulta difícil imaginarse la escena y hasta el tono con que el Señor formuló su pregunta. Es el interrogante de Jesús que se repite a lo largo de la civilización cristiana, todavía en la actualidad. Se ha de aceptar que son millones los cristianos a quienes les resulta dura la plena enseñanza del Maestro. Pero él jamás la rebajó. Mostro, por el contrario, que es la única que lleva a la gloria de la resurrección. Simón Pedro mostró cuál ha de ser nuestra respuesta: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Las palabras de vida eterna se resumen en el amor, en reciprocidad al que Dios nos tiene y en el que tenemos por modelo a Jesucristo. San Pablo lo aplica en el fragmento de la carta a los Efesios a los esposos entre sí y elige modelo el amor que Cristo profesa a su Iglesia.
Cuál puede ser la razón de la diversidad entre las palabras de Jesús: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» y las que pronunciaban las multitudes que murmuraban por la doctrina que les predicaba Jesús: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». ¿Puede ser nuestra respuesta la del apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? ¿Tú tienes palabras de vida eterna»? ¿Nos interroga el presente de muchos cristianos por lo que se refiere a la vivencia de la Eucaristía?
Evangelio del domingo 25 de agosto del 2024