La palabra de Dios de este domingo nos trae de la mano de Isaías un mensaje de esperanza. Nos anuncia un tiempo de gracia del Señor para todos aquellos que sufren. Y nos invita a llenarnos de gozo y de alegría.
Con María, en el magníficat, a modo de salmo responsorial, hacemos nuestro su canto de alabanza a la grandeza de Dios, que mira nuestra pequeñez y humillación, que se fija con gran misericordia en los más desfavorecidos de este mundo para sacarlos de su situación de pobreza.
San Pablo nos invita a la verdadera alegría que se sustenta en la oración y a la acción de Gracias, dejándonos conducir por el Espíritu y consagrándonos en cuerpo y alma al Dios de la paz, hasta que se cumpla la promesa de Jesucristo.
El Evangelio de Juan nos presenta a Juan Bautista como testigo de la luz y voz que grita en el desierto que anuncia a Jesucristo, la Palabra que se encarna.
Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11:
"El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí,porque el Señor me ha ungido.Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres,…"
Salmo: 1, 46-48. 49-50. 53-54:
R/ "Me alegro con mi Dios. -Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones."
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24:
"Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros…"
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8. 19-28:
"Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él."
Y ¿Tú quién eres? Le preguntaban insidiosos los judíos, por medio de sacerdotes y levitas, a Juan el Bautista. Les llamaba la atención a los judíos la forma de actuar del Bautista y su predicación que llama a la conversión.
Juan comienza negando, diciendo a los cuatro vientos quien no es. Yo no soy el Mesías. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta. Tampoco es él la luz, sino testigo de la luz.
“Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor”.
Cuando a cada uno de nosotros alguien nos pregunta ¿tú quién eres? ¿Cómo nos definimos a nosotros mismos? Tal vez empecemos por nuestro nombre, por nuestra profesión, nuestro estado civil, por lo que creemos que nos caracteriza…
Nos tendremos que preguntar si nuestra forma de actuar desde los valores del Evangelio, como personas individuales y como comunidad creyente, llama hoy también la atención de la gente. Tanto como para que sorprendidos nos interroguen sobre quienes somos. Dándonos pie para dar razón de nuestra esperanza. ¿No estaremos demasiado encerrados en nuestras prácticas piadosas y en nuestras tradiciones religiosas, que en el fondo ya no sorprenden ni interrogan a nadie?
Juan se define a sí mismo en relación con alguien, y ese alguien el Jesucristo. No sé si para definirnos, para entendernos a nosotros mismos siendo cristianos hacemos alguna referencia a quien tiene que ser el centro de nuestra fe y de nuestra vida.
¿Es nuestra relación con Jesús algo meramente anecdótico o una realidad que realmente nos caracteriza y nos define? Él es el centro de nuestra vida y el motivo de nuestra alegría. ¿Se nos notará verdaderamente hoy que somos hombres y mujeres de Evangelio en medio de una sociedad en la que muchos prescinden de Dios?
¿Son nuestras comunidades y nuestras celebraciones de la fe focos de atracción y un derroche de vida y esperanza?
Hoy es el domingo de gaudete, el domingo de la alegría. No sé si dada la situación que reina hoy en nuestro mundo, lleno de guerras, de odio y destrucción, tenemos fácil el abrir nuestro corazón al gozo y a la alegría sincera. Pero para nosotros, a pesar de todo el sufrimiento, la alegría tiene que brotar de la experiencia del amor de Dios que nos trae Jesucristo. El es la luz que necesitamos y la Palabra hecha carne que pronuncia nuestro Padre Dios.
Cada uno de nosotros, como creyentes en Jesucristo, y todos como comunidad creyente estamos llamados hoy a ser voz de la Palabra en medio de nuestro mundo. Una voz que tiene resonar como la de Juan el Bautista siendo una llamada a la conversión y a la esperanza. No somos la luz, pero sí estamos llamados a ser sus testigos. Cuando se enciende una luz no es para ocultarla sino para ponerla sobre la mesa de modo que alumbre a todos.
Estamos en el tiempo de gracia que anuncia Isaías y que se hace realidad con Jesucristo. Él es la Buena Noticia, la Bienaventuranza de Dios para todos y cada uno de nosotros, quien venda nuestros corazones tantas veces desagarrados y nos trae el perdón incondicional de Dios para que seamos libres de verdad.
En medio de nuestra celebración se abre paso María, la mujer del Magníficat, la que hace de su vida un canto de alabanza y de agradecimiento a Dios, el todopoderoso que cambia la escala de valores de nuestro mundo y elige a los más pequeños y desfavorecidos de la tierra para ser los primeros en su Reino. María en estado de buena esperanza es la mejor imagen del cristiano en adviento.
La Eucaristía que celebramos es la mejor y mayor Acción de Gracias a Dios. En ella acogemos el fuego vivo del Espíritu, que nos alienta y reconforta en la espera de la llegada definitiva del Señor, que cumple sus promesas. En la Eucaristía encontramos las fuerzas que necesitamos para que nuestro gozo sea verdadero y nuestra alegría sea desbordante y contagie a los demás.
¿Cómo te presentas tú ante quienes te preguntan quién eres? ¿Define tu persona la relación que tienes con Jesucristo?
¿Es tu experiencia de fe el motivo central de tu alegría y de tu esperanza?
Evangelio del domingo 17 de diciembre del 2023