¡El Señor viene! En realidad, desde la vivencia de la fe y de la confianza en Él, bien podemos afirmar que el Señor está siempre viniendo, está en medio de nosotros, caminando a nuestro lado por las sendas de la historia que nos toca transitar, y en estos tiempos tan complicadas y azarosas.
El Adviento nos ayuda a caer en la cuenta de esta verdad. Y nos predispone para intensificar nuestros encuentros personales con el Señor Jesucristo en la oración más intensa y en la más atenta escucha de su Palabra y de su paso entre nosotros. Siempre nos acecha el peligro de la distracción, sea por las razonables preocupaciones de la vida, sea por los reclamos seductores del consumo, sea por circunstancias personales de difícil manejo… Este tiempo particularmente santo, ante sala de la gran celebración de la Natividad del Señor, es una fuerte llamada a estar alerta. Porque el Señor viene, quiere venir a mi vida, a ofrecerme un plan, a encender mi esperanza, a despertar todas mis capacidades para el bien y el amor.
Él viene a sacarme de la plácida rutina, de la inconsciencia del compromiso débil, del melancólico paso del tiempo que me hace ser espectador indiferente de las grandes luchas y sueños de la humanidad.
Él viene sobre todo a recordarme la más importante de las citas: el encuentro definitivo con Él, ese que fijará mi destino eterno a su lado, y que ahora me exige vivir en vela y sin distracciones estériles, construyendo con su fuerza, y por su mismo Espíritu, ese futuro que desembocará en la Vida-sin-fin.
Isaías 63, 16b-17.19b; 64, 2b-7
Salmo 79
1cCorintios 1, 3-9
Evangelio de San Marcos 13. 33-37
"En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento. Así como un hombre que se va de viaje, deja su casa y encomienda a cada quien lo que debe hacer y encarga al portero que esté velando, así también velen ustedes, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada. No vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo. Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: permanezcan alerta”.".
El mensaje evangélico de este primer domingo de Adviento es insistente y rotundo: “Estad preparados”. “No os dejéis engañar”. “No tengáis miedo”. Es una magnífica llamada la que nos hace la Palabra del Señor al inicio de este nuevo año litúrgico. Suena a vigilancia, a conversión, a compromiso, a esperanza; a no dejar lugar al abatimiento, a adentrarse con coraje en la historia, que aunque compleja, puede ser reconducida en conformidad con los designios del Padre.
Sobre estos tres indicativos podríamos fijar la reflexión y las pautas para nuestra vida de creyentes en el Señor Jesucristo justo en estos momentos de la historia que nos toca vivir y en los que somos llamados a continuar construyendo esa nueva vida, o ese nuevo estilo de vida, que Él inauguró.
"Estad preparados"
¡Preparados! ¡Firmes en la fe! Los tiempos actuales son recios y oscuros para muchos de nosotros. La vida se desprecia y abarata, la violencia se desata de mil formas destructoras, la justicia y la dignificación de los débiles tardan en consolidarse, los sueños más nobles parecen desvanecerse y afloran vientos fétidos de corrupciones y desintegraciones, de enfermedades virulentas y contagiosas, de fundamentalismos intransigentes, que generan desazón y sufrimiento, desconfianza y tensión. Y sin embargo no estamos solos en este mar de aguas revueltas. El Señor es uno de los nuestros, ha compartido historia y destino con la humanidad, sigue misteriosamente en medio de nosotros y lo estará hasta el fin de los tiempos. Él es fuerza para confiar y luchar, para seguir soñando y esforzándonos por un mundo mejor, por una humanidad más fraterna, por horizontes de verdadera y consolidada paz.
¡Preparados! ¡Alegres en la esperanza! Porque sabemos que Él está, que Él viene, que Él es nuestra fortaleza, por todo ello nos resistimos a claudicar. La esperanza de su promesa se hace fuerza y coraje. Sabemos de quién nos hemos fiado. Y por eso comenzamos cada día, y cada día sabemos que con Él hay razones para la esperanza; que la bondad y la honradez y la justicia también están aquí, en medio de nosotros, sencillas y discretas, pero tenaces y forjadoras de un mañana mejor, siempre atisbando la luz de un nuevo amanecer.
¡Preparados! ¡Diligentes en el amor! Seguros de que es él, el amor, el amor que se hizo fragilidad y plenitud de vida entregada, la fuerza que vence al mal. Hoy es Adviento, una llamada a apostar a cada instante por el amor. Quisiéramos hacerle presente en los gritos de la desesperación, en la tristeza sin contornos, en la congoja de la soledad, en el llanto ahogado. En los organismos nacionales e internacionales de decisión. Donde se preparan y manejan las armas destructoras, en los nidos del odio, en los rencores enconados, en lo intereses individuales y partidistas, allí donde la vida se desprecia. En todos los ámbitos donde se resuelve lo humano.
“¡No os dejéis engañar!”
Por el olvido de Dios, por el secularismo galopante, por el materialismo seductor. Por los discursos oportunistas, por la ambición disfrazada, por la felicidad hueca, por el efímero placer. Por la extorsión despiadada, por la imposición manipuladora de los más fuertes, por el corazón de hielo de los que solo buscan su beneficio.
Hoy es Adviento. Más bien, estemos atentos a la voluntad del Padre, a construir su Reino. A empeñarnos en la justicia y en el servicio amoroso a la vida. Atentos al fortalecimiento de los débiles, a la dignificación de los pisados y olvidados, a la lucha fuerte y sin bajar la guardia contra el mal en cualquiera de sus manifestaciones. Porque el Dios que viene, Aquel en quien creemos, es el que sale al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista sus mandamientos.
“No tengáis miedo”
¡El que viene y está en medio de nosotros es el Vencedor! ¡Y volverá como tal! Con Él y en Él sabemos que la victoria es segura. Él, y solo Él, nos capacita para mirar de frente al mal y desafiarlo. Lo último no es la fuerza destructora del mal, que es fuerte y destructor. Lo último, a lo que nos sentimos llamados y esperados, es al encuentro con Él, Vida-plena, Amor-sin-fin.
Evangelio del domingo 3 de diciembre del 2023