Avanza la Cincuentena Pascual, y para seguir viviendo los ecos del Domingo de Pascua, sin menoscabo de la alegría propia de ese domingo, el Señor Jesús, sabiendo de su partida definitiva al Padre, les promete este domingo VI de Pascua, que no les dejará huérfanos. Para que tal orfandad no lo sea, les anuncia el envío del Defensor, “el Espíritu de la verdad” que impulsará a todo aquél que ame al Señor y, “que guardando sus mandamientos” podrá “dar razón de su esperanza en Cristo, aun padeciendo el mal (1ª P.).
Éste Espíritu de la Verdad, que en primicia se nos da en nuestro bautismo y en plenitud en nuestra confirmación, es el que recibieron los samaritanos por la escucha y aprobación de la predicación de Felipe.
Quien quiera pertenecer al discipulado del Señor, tendrá que, viviendo los mandamientos del Cristo, no como una carga pesada, sino como una receta de felicidad, dará de esta forma, con hechos y palabras, razón de la esperanza que anhela en su corazón: la presencia de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo y que un día pueda gozar con plenitud de la Trinidad en el cielo.
Esta forma de vivir no es sino, como proclama el salmo 65, alegrarse en el poder de Dios que gobierna eternamente.
Despedida, tristeza, vacío, verdad, mandamientos, bautismo-confirmación y Espíritu Santo son algunos de los sustantivos que envuelven este domingo VI de Pascua, en el que también se celebra la Pascua del Enfermo con el lema este año “No me rechaces ahora en la vejez, no me abandones” (Sal 71,9) Déjate cautivar por su rostro desgastado
LECTURAS:
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 8, 5-8. 14-17:” Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”,
Podría ser que por la “monotonía” de otra Cincuenta Pascual más en nuestra vida, haya podido decaer la alegría del domingo por excelencia del año cristiano, el Domingo de Pascua.
El evangelio de este domingo reactiva nuevamente dicha alegría, eliminando el miedo a la orfandad que podría producir la partida del Señor Jesús. Los suyos, con objeto de que ni la tristeza, ni la ausencia del resucitado, ni la partida de quien daba siempre la cara, y que a su vez “confiaba” (en parte) en los suyos que esperaban plenamente en que Él restituyera el poder temporal perdido, les promete un defensor, un consejero, para animarlos a cumplir sus mandamientos como forma de ser libres por el Espíritu de la Verdad.
En nuestra sociedad existen multitud de consejos (financieros, políticos, escolares, eclesiásticos, etc.) con un elevado número de consejeros; también hoy día parece de obligado cumplimiento tener un acompañante (coach), y/o abogado de confianza, con el fin de hacer la vida de cada ciudadano más adaptable a sus apetencias, más que al cumplimiento de los mandamientos de Cristo. Sus divinas órdenes de apoyo al sentido común, puesto que los mandamientos de la Ley de Dios siguen la senda de la razón humana, sin necesidad de ningún artificio más, pueden mover al verdadero seguidor de Cristo a entregar su propia vida por el otro. Esto es fruto de la presencia del Defensor, del Abogado, del Paráclito, del Espíritu Santo.
Aunque dicho proceder de entrega total, parezca utópico (que no distópico), será razón de la fe que se profesa, como dice Pedro en la Primera Carta (2ª lectura de hoy) “...estad prontos para dar razón de vuestra esperanza”. El hacer el bien al prójimo, al que está más cerca de cada uno, y sin mirar quién es, la mejor y mayor forma de razón de esa esperanza, como Cristo en la cruz.
La entrega al bien del prójimo junto con la “predicación”, en las Samarías de hoy, es políticamente incorrecto. Los voceros del mundo atruenan con sus medios para hacer inaudible los gemidos del Espíritu Santo. El diácono Felipe, presentando en Hechos de los Apóstoles como “otro Cristo viviente”, por la predicación y los gestos, realizó grandes y admirables efectos (liberación del mal, difusión de la alegría, curación de enfermedades,..) contando con la buena disposición de los samaritanos. Esos efectos fueron refrendados por Pedro y Juan, con la imposición de manos sobre aquellos de Samaría que ya habían recibido el bautismo.
¿No será que en la sociedad actual pocos son los que sienten en su interior la voz del espíritu o que la predicación eclesial no les dice nada?
La apertura a la acción del Espíritu Santo provoca en el individuo el amor a Cristo, y por ende el amor al Padre, y ambos harán morada en él. Es la circulación del amor, formando un verdadero círculo de amor: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»
El escándalo de la resurrección de Cristo y la vuelta por el Espíritu a la vida, no es soportable para el mundo actual. El antidepresivo del “Espíritu Santo”: fuerza, luz, amor, verdad, vida, compañía, libera de todo mal a quien se deja inhabitar por Él. La condición para ello supone la humildad de corazón aceptando con verdadera confianza la buena noticia del Evangelio. La tristeza y el abatimiento por la despedida de Jesús de los suyos, no comporta un vacío porque el Espíritu de la Verdad inundará al seguidor de Cristo y así llevar a término el proyecto humanizador de Dios Padre a través de su Hijo Jesucristo.
Este proyecto humanizador del mundo comienza por conocer al Espíritu, abriéndose a su presencia y viviendo en sintonía con Él, (cf. Hechos y Evangelio del día). La humanización es más que una doctrina o documento; es luz, fuerza, aliento amor venido del Padre que anima a ello.
La tenencia del Espíritu no implica propiedad personal de la verdad, sino testimonio presencial de Dios en el mundo en cada situación por nuestro ser de seguidores del Mesías a impulso de ese Dulce Huésped del Alma.
La muerte y resurrección de Cristo más los dones del Espíritu Santo, todo ello expresión máxima del amor de Dios, hacen que el cristiano que vive en medio de los acontecimientos del mundo (sufrimiento, injusticia, persecución) por su aceptación voluntaria de esos acontecimientos, den razón de su fe y unión existencial con Dios. Encuadrar este amor de Dios en la escena de la Última Cena dará mayor fuerza para la humanización del mundo.
Hoy celebra la Iglesia, la Pascua del Enfermo con el lema “No me rechaces ahora en la vejez, no me abandones” (Sal 71,9) Déjate cautivar por su rostro desgastado.Quizá la mayor de las necesidades del ser humano es cómo afrontar la enfermedad, y/o la vejez (enfermedad incurable). La Iglesia, la comunidad cristiana, la familia y la ayuda médica, para el enfermo y el anciano dan razón de esperanza (1ª de Pedro). La vida, el mayor de los bienes que tiene la persona, debe ser cuidado desde su comienzo hasta su final. “Porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría”
¿Qué don del Espíritu Santo es el que potencia tu vida, y qué frutos da?
¿Sigue activa cada día la Alegría de la Resurrección en ti?
¿Cómo reaccionas ante todos los procesos de la vida: concepción, crecimiento, enfermedad, vejez, muerte?
Evangelio del domingo 14 de mayo del 2023