Jesucristo nos invita a no quedarnos en las atrayentes apariencias que la vida nos propone sino más bien a buscar la razón de las cosas, gracias a la cual las cosas tienen peso e importancia para la vida personal. No quiere el Señor la superficialidad, enfermedad contagiosa del tiempo que nos toca vivir, sino que nos invita y nos apremia para que tratemos de descubrir el verdadero sentido de la vida y de todo aquello que tiene que ver con nuestra realidad personal.
Según la mentalidad humana, las palabras de Jesucristo son despreciadas, porque lo que cuenta es el triunfo personal, la apariencia, el quedar bien, aunque todo esto sea a costa de ignorar o de pisotear a las demás personas para alcanzar lo que se pretende, por más que sea el egoísmo el que mueva a obrar así.
Jesucristo es el buen Maestro y de él tenemos que aprender a servirnos de una visión alejada de la superficialidad, buscando la realidad de las cosas, el sentido verdadero de la vida diaria. Para esto nos sirve la historia de la salvación, la Palabra de Dios, tal como la liturgia de la Palabra nos propone es este domingo.
De nuevo nos encontramos directamente con el contraste entre la Palabra de Dios y lo que el mundo y la sociedad en general nos ofrecen: lo permanente frente a lo pasajero y trivial. Jesucristo respeta nuestra libertad a la hora de decidir, pero nos apremia para que nuestra elección sea la adecuada, superando la apariencia de lo que, con engaño, se presenta con tanto atractivo. Vayamos, pues, a lo esencial, porque de esto depende nuestra vida humana y cristiana. Lo esencial es lo que está al alcance de “los pequeños”, de las personas sencillas. ¿Es así en nuestro vivir diario? ¿Tomamos en consideración lo que nos dice Jesucristo, el buen Maestro? ¿Cuánto atractivo ejercen sobre nosotros quienes se creen doctos cuando en realidad no pasan de ser presuntuosos? Por favor: no nos dejemos engañar, escuchemos al Maestro y sigamos sus pasos.
Lectura de la profecía de Zacarías 9, 9-10:
"¡Salta de gozo, Sion; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador"
Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14:
R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 9. 11-13:
"Vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo."
Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 25-30:
"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré."
“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25)
¡Con qué claridad busca Jesucristo el contraste, los opuestos, para ayudarnos a comprender lo que nos quiere decir! Por una parte están “los sabios y entendidos” que, por serlo, parecen gozar de mayor prestigio; por otra parte están “los pequeños”, cuyo punto de vista o sus programas no merecen la atención de la masa, la cual es fácilmente manejable por los poderosos de nuestro mundo, un mundo donde abunda la mentira, la falsedad, el engaño, frutos del interés egoísta que pretende imponerse en el vivir humano.
Los términos de la alternativa son muy claros: “los sabios y entendidos” frente a “los pequeños”. Ante esta alternativa resulta fácil comprender que sigamos la voz de “los sabios y entendidos”, porque son los que saben, los que tienen experiencia, y llevan siempre las de ganar, especialmente cuando los opositores son considerados como “los pequeños”, es decir “los perdedores”.
Jesucristo se pone de la parte de quienes el mundo considera “los pequeños”, “los perdedores”. Es clara su opción y es también objeto de su oración de alabanza al Padre del cielo porque, en definitiva, es en realidad el que hace las cosas. En su oración Jesucristo sencillamente reconoce el modo de obrar de Dios Padre.
Para nosotros se trata de alcanzar el discernimiento ante la realidad de la vida y tal discernimiento no es exclusivamente personal sino que está llamado a ser contrastado con el modo de obrar del Padre del cielo. Jesucristo nos muestra el camino que desemboca en la oración de gratitud, que es un rayo de esperanza en el mundo de la mentira.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28)
Sorprenden las palabras de Jesucristo por su decidida actualidad. ¿Qué persona no está cansada y agobiada en nuestros días? En el ritmo frenético que nos toca vivir, con las dificultades que se presentan en nuestro camino, con lo que los medios de comunicación ponen diariamente ante nuestros ojos en el horizonte de nuestro mundo, ante el sufrimiento injusto de tantas personas que simplemente se ven implicadas en los egoísmos ajenos, que haya una voz que se atreva a decir que para toda tragedia hay un “alivio”, esa voz no es la del político de turno, con promesas que sabe no va a cumplir.
Se trata de la voz de Jesucristo, la voz de quien nos asegura que sus palabras no pasarán. Pasarán el cielo y la tierra, y no es insignificante el punto de comparación, el cielo y la tierra. La afirmación de Jesucristo es rotunda, total: Mis palabras no pasarán (Mt 24,35). Las personas “cansadas y agobiadas” encontramos una salida acudiendo a Jesucristo y tratando de hacer nuestro el camino que a todos propone.
Después de todo, en medio de la oscuridad del mundo, ¿por qué no vamos a intentar todo lo posible? No todo está perdido en medio de tanto cansancio y agobio. Hay una voz que nos anima, es la voz de Jesucristo, invitándonos a acudir a él.
Optar por Jesucristo no es solamente consecuencia de una situación desesperada sino la esperanza de que tal voz, precisamente “esa” voz, sea la que hemos de hacer nuestra y seguir caminando. El Señor nos invita a salir de nosotros mismos, a abrir nuestro corazón a quien nos asegura una vida nueva y no precisamente porque disponga de una varita mágica, sino porque el Señor mueve el corazón tantas personas en este mundo que serán las que proporcionen “alivio” a quienes están “cansados y agobiados”.
Ante la multitud hambrienta y escuchando la solución propuesta por sus discípulos para que despidiera a la gente y fueran a comprar algo para comer, Jesucristo se limitó a decir a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer” (Mt 14,16). Tal imperativo lo siguen llevando a cabo muchas personas y organizaciones cristianas en nuestro mundo. La pregunta quiere ayudarnos en nuestro camino cristiano: ¿acaso no puedo hacer nada más para aliviar el “cansancio y agobio” de tantas personas?
Solemos pensar directamente en medios económicos. Son necesarios, pero bien sabemos que no todos disponemos de tales medios, y menos cuando estamos padeciendo una crisis económica provocada por políticas que marginan a las personas más necesitadas. Cáritas no puede hacer más de lo que hace, los comedores sociales y los bancos de alimentos cada vez están más desprovistos. Si a nosotros no nos falta lo necesario para alimentarnos y para vivir no desperdiciemos nada de lo que tenemos y por favor, no dejemos de dar gracias a Dios por lo que tenemos.
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29)
Jesucristo, el buen Maestro, nos invita a todos para fijarnos en él, acercarnos a él, aprender de él. Este es el camino de la oración y de la contemplación: la escuela de Jesucristo, que pasaba noches en oración (cf. Lc 6,12), o que madrugaba e iba a un lugar solitario para orar (cf. Mc 1,35).
Jesucristo no se ha limitado a formular teorías ni a lanzar ideas. El buen Maestro va por delante, no con ilusiones vanas sino con el testimonio de la propia vida. Esto es lo que atrae y convence: el testimonio. Precisamente para esto nos necesita el Señor, no simplemente para repetir lo que Él dijo, sabiendo todos que las palabras las lleva el viento, mientras que el testimonio de vida es el que sirve para animar a otras personas a superar las dificultades que encuentran en su camino.
Nada de esto se improvisa. De ahí la importancia del ejemplo de Jesucristo que se retiraba a solas para orar, que pasaba la noche en oración. Todos nosotros necesitamos este contacto con Dios-Trinidad. No caminamos en el vacío, sino que sencillamente tratamos de seguir los pasos de Jesucristo, que amorosamente nos pide que aprendamos de él, y lo que nos propone es ser mansos y humildes de corazón.
Estas palabras podrían provocar hilaridad, sí, especialmente en el tiempo que vivimos, en la sociedad que nos rodea, en el mundo que habitamos, donde lo que predomina y lleva la voz cantante es la fuerza, el predominio, la imposición, por más que presumamos tanto de democracia. Lo más necesario es la educación, el respeto a las demás personas, y esto es lo que Jesucristo nos ofrece: ser mansos y humildes de corazón.
¿Aprenderemos la lección? ¿Secundaremos lo que Jesucristo nos pide y espera de nosotros? ¿Somos conscientes de que Jesucristo nos necesita? ¿Acaso no le vamos a prestar nuestro corazón y nuestra mente? ¿Podríamos pasar de largo ante las necesidades de nuestro prójimo?
Mansos y humildes de corazón nos quiere el Señor. Jesucristo cuenta con nosotros, confía en nuestro testimonio personal.
Evangelio del domingo 9 de Julio del 2023