La avaricia es una de las grandes tentaciones que pueden asaltar al ser humano, en toda época. Nos impide valorar lo que es cada persona y lo que uno tiene. Una persona avariciosa que vive para acaparar, acumular, enriquecerse, solo piensa en sí misma y no en los demás.
Jesús aprovecha la parábola para advertirnos del peligro de poner toda nuestra confianza y esfuerzos en los bienes terrenales. Y hasta hace intervenir en ella al propio Dios: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿De quién será?”.
Buscar los bienes de arriba, ser rico ante Dios, es vivir en hermandad y solidaridad, trabajar para que haya más fraternidad, desde la caridad con todos. Se trata de gastar la vida amando y sirviendo a Dios en cada hermano.
Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23
¡Vanidad de vanidades!, —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!
Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
En cada Eucaristía rememoramos la vida de Jesús y escuchamos su Palabra. Vida y Palabra siempre novedosas, provocativas, que nos plantean retos y cuestionamientos a nuestra propia existencia.
Este domingo 18 del tiempo Ordinario, el hilo conductor de los textos litúrgicos, va en la línea del rechazo de los bienes materiales, del dinero, de ese deseo de tener más y más. Es cierto: una de las críticas más habituales a nuestro mundo es que hemos caído en el materialismo, el consumismo que nos domina, el dejarnos llevar por el mero ansia de tener más, de acumular, acaparar, almacenar…
Frente a esto, uno de los rasgos más llamativos de la predicación de Jesús es la lucidez con que acertó a desenmascarar el poder deshumanizador y esclavizador que encierran las riquezas. Pero Jesús no se presenta como un moralista que se preocupe de cómo adquirimos nuestros bienes y cómo los usamos. Su objetivo es hacernos ver que el riesgo mayor de vivir solamente para disfrutar de las riquezas está en olvidarnos de nuestra condición de hijos de un Dios Padre, y de que somos hermanos de todos.
En la parábola del evangelio de hoy, Jesús nos habla con toda claridad. El rico, el terrateniente de aquella sociedad que Jesús conocía bien, no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo y sólo para sí. Acumula, almacena, disfruta, acrecienta su riqueza, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la solidaridad, la gratuidad.
Los deseos de lograr una buena vida a base de tener más, de consumir, de disfrutar de todo lo material siempre han estado en el corazón del ser humano, no solo en nuestra época. Estos deseos tienen mucho que ver con la búsqueda de seguridad, la necesidad de luchar para sobrevivir en este mundo. Pero las seguridades que da el tener, sea lo que sea, son engañosas.
Como seres biológicos que somos, tenemos unas necesidades que atender y debemos hacerlo lo mejor posible, pero no puede ser ese el objetivo de nuestra existencia.
* Buscar los bienes de arriba
* Guardarse de la codicia
* Trabajos y preocupaciones sin descanso ¿De qué sirven al final?
¿Por qué esta insistencia? No porque lo material sea malo en sí mismo, sino porque se puede interponer entre nosotros, separarnos, distanciarnos, sobre todo, de las personas más necesitadas, de nuestro prójimo.
Los que amasan riquezas solo para sí son verdaderamente necios: se pierden lo mejor de la vida. Ese deseo supremo les lleva a renunciar a perderse otras muchas cosas importantísimas en la vida: las relaciones humanas, la familia, la amistad, la solidaridad, etc. También es verdad que todos conocemos personas que renuncian a una posición mejor en la vida por salvaguardar estos valores irrenunciables, que logran encarnar.
Por tanto, siguiendo el consejo de Pablo a los Colosenses, no nos dejemos engañar. Cada día podemos hacer un cierto esfuerzo por ir despojándonos de la vieja condición humana, para avanzar en una cierta vida nueva, revestidos a imagen de Cristo. Él, siendo rico, sí que se hizo pobre para hacerse como nosotros, acercarse a nosotros, y darse totalmente para abrirnos a la vida plena y verdadera.
Pero no podemos olvidarnos de que, para una gran parte de la humanidad, el deseo de tener cosas materiales no es precisamente caer en el materialismo y el consumo, sino simplemente la necesidad y urgencia por sobrevivir: demasiadas familias que malviven con lo mínimo; millones de personas para quienes el pan de mañana no está garantizado; niños que trabajan en basureros recogiendo algo aprovechable, y tantos seres humanos que padecen y mueren de hambre… en el siglo XXI.
Debemos luchar con fuerza contra la riqueza que nos aleja de los demás; y contra la pobreza que puede impedir la necesaria libertad para descubrir nuestro verdadero ser y la dignidad de toda persona.
Nuestro trabajo, nuestros esfuerzos, tienen sentido desde esta perspectiva: que la riqueza sirva para satisfacer las necesidades básicas de todos. Pidamos cada día al Señor que no nos cansemos de construir el Reino de Dios, de fomentar fraternidad, de hacer que triunfe la justicia… ¡Eso es ser rico ante Dios!
Evangelio del domingo 31 de Julio del 2022