Desde el domingo pasado leemos en el evangelio de san Lucas una nueva etapa en el ministerio público de Jesús. Deja Galilea y emprende decidido el viaje hacia Jerusalén. Vive una maduración en el proceso de asumir radicalmente su tarea de Enviado, Mesías y Salvador.
Humanamente va quedando más solo, menos rodeado de multitudes. Según el plan del Padre, su misión se realizará desde el servicio, la entrega, la renuncia… enfrentando la persecución y el rechazo, sin buscarlos, pero sin evadirlos.
Aumenta, entonces, la radicalidad que Jesús pide –y Lucas recoge– a uno que se ofrecía a seguirle y a dos a los que llamó: ‘Sígueme’. Radicalidad también reflejada en las condiciones de un nuevo envío de discípulos por delante de él. Poco antes lo había hecho con los Doce (símbolos de las doce tribus de Israel) y ahora con setenta (y dos), símbolo de ‘todo el mundo’, como alusión a la universalidad del mensaje y a la universalidad de la vocación y urgencia del anuncio.
Es importante en ese envío darnos buena cuenta del contenido a anunciar, de quiénes sean los anunciadores y de cómo anunciar. El Sínodo que la Iglesia viene celebrando, con sus acentos (comunión, participación, misión) ofrece una nueva oportunidad de hacer camino juntos unidos a aquellos setenta (y dos) que Jesús envió.
Primera lectura: Lectura del Profeta Isaías 66, 10-14c
Festejad a Jerusalén, gozad con ella,
todos los que la amáis;
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto…
Salmo: Sal 65, 1-3a. 4-5. 6-7a. 16 y 20 R. Aclamad al Señor, tierra entera.
Segunda lectura: Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 6, 14-18
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo…”
Evangelio del día: Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 10, 1-12. 17-20
“En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él…”
«Así dice el Señor: “Yo haré derivar hacia ella (Jerusalén) como un río la paz”», así describe el profeta Isaías la forma en que se compromete Dios con su pueblo y abre la esperanza de algo nuevo en medio de la dificultad. «La paz y la misericordia de Dios vengan…» sobre quienes son criaturas nuevas y se glorían en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, desea Pablo. «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”», recomienda Jesús a los que envía por delante de él.
La Iglesia ha venido creciendo en sensibilidad hacia la necesidad de evangelizar nuestro mundo y hacerlo caminando juntos todos los bautizados (sinodalidad). La paz es un regalo de Dios que podemos saborear si nos hacemos criaturas nuevas. Anunciar, con palabras y con acciones eficaces, que el Reino de Dios está cerca tiene mucho que ver con anunciar paz, desearla y construirla.
¿Quiénes tienen que anunciar?
Jesús va ya resueltamente hacia Jerusalén. En el camino aprovecha para formar a sus discípulos con enseñanzas prácticas y explicaciones sobre la disposición que debe tener un seguidor suyo. Es entonces cuando envía por delante de él a setenta y dos de sus seguidores. Les hace ver que el seguimiento les traerá riesgos y conflictos. Cuando se trata de evangelizar cobra mayor sentido la radicalidad que les exige. Sólo quien se desprende de viejos intereses, de valores y de seguridades humanas, podrá anunciar que el Reino de Dios ya está aquí.
Pide que roguemos a Dios para que envíe operarios a su mies. Somos todos los bautizados, todo el pueblo de Dios en camino, los que hoy día Jesús designa para llevar adelante su misión. Forman ese pueblo jerarquía, clero, consagrados… y también maestros, padres de familia, catequistas, visitadores de enfermos, coordinadores de grupos bíblicos, animadores de pequeñas comunidades cristianas, miembros de un grupo de liturgia…
No escasean sólo clero y religiosos, también hay escasez de cristianos que entiendan su presencia en la familia, en la sociedad y en la Iglesia como una misión evangelizadora. Es mucho el trabajo para hacer de este mundo un lugar donde reine Dios, y los dispuestos a emprenderlo son muy pocos. Para hacerlo, es necesario comprender y aceptar previamente que todo cristiano está llamado a ser evangelizador en el lugar y en el ambiente donde desarrolla su vida. Implicar a todos es una de las claves del Sínodo que actualmente vive la Iglesia.
¿Cómo anunciar?
El contenido del mensaje es la paz y el anuncio de que está cerca el Reino de Dios. La paz es la primera señal del Reino. No sería auténtica si no la acompañan valores sociales como la justicia, la solidaridad, la fraternidad. Pero nunca la lograremos en los ámbitos sociales y políticos si no la construimos antes en nuestras relaciones con las demás personas, con Dios, con uno mismo, con el entorno natural que nos rodea. ¿Son pacíficas las relaciones que establecemos en el seno de la familia, del vecindario, del lugar de trabajo, de la comunidad cristiana? ¿Nos sentimos en paz con Dios? ¿Vivimos una realización personal libre de tensiones y en paz interior?
Un aspecto importante de la misión es la sencillez de medios. Lo fundamental es transmitir nuestra experiencia de Jesús de Nazaret. Requiere conversión de vida y disposición radical para escuchar su palabra y anunciarla con valentía. Deben brillar más la fuerza de la oración y de la cruz, de la palabra y del testimonio, que la riqueza de medios. Es decir, deben brillar los valores esenciales del Evangelio.
Evangélica es la oración («rogad, pues, al dueño de la mies…»). Evangélica es la desinstalación, que produce disponibilidad y dinamismo («Poneos en camino… y no saludéis a nadie por el camino…», «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias…»). Evangélico es el valor y el riesgo de quien busca construir el Reino y no su prestigio o su bienestar personal («Mirad que os envío como corderos en medio de lobos…», «Pero si entráis en una ciudad y no os reciben…»). Evangélica es la amistad, la aceptación amable de lo poco que puedan ofrecer los evangelizados («Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan…», «No andéis cambiando de casa en casa»). Y evangélico es también un respeto a la libertad de todos, escuchen o no el mensaje que se les lleva (sacudirse el polvo de los pies).
Aún hay algo más. Al evangelizar, lo fundamental es la fidelidad de los evangelizadores, no el éxito que obtengan («Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo»). Tengamos éxito en la misión o fracaso, la última palabra es de Dios.
¿Tenemos conciencia de que nuestro mundo necesita ser evangelizado? ¿Nos sentimos operarios de esa evangelización en los lugares y en los ambientes donde vivimos? ¿Asumimos las instrucciones que Jesús da a los que envía?
Evangelio del domingo 3 de Julio del 2022