En la primera lectura escuchamos un pasaje del libro del Génesis en el que se narra cómo Dios quería castigar a Sodoma por sus muchos pecados, pero Abrahán rezó por los inocentes que pudiera haber en aquella ciudad, y Dios escuchó su plegaria.
En el Salmo 137 proclamamos la misericordia que Dios tiene con los más débiles y humildes, y le damos gracias porque atendió nuestras palabras, cuando necesitábamos su ayuda.
San Pablo les dice a los cristianos de Colosas que, gracias a su fe en el poder de Dios, cuando recibieron el Bautismo su vida cambió radicalmente, pues resucitaron con Cristo a una vida nueva, quedando liberados del poder del pecado.
Por último, en el pasaje del Evangelio según san Lucas, los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar, y entonces Jesús les anima a rezar el Padrenuestro, que es la oración de petición por antonomasia. Y justo después les narra una sencilla parábola sobre la importancia de pedir a Dios, con perseverancia, lo que necesitamos. (Domingo 17 del tiempo ordinario)
Lectura del libro del Génesis 18, 20-32;
Abraham continuó:
«Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más: ¿Y si se encuentran diez?».
Contestó el Señor:
«En atención a los diez, no la destruiré».
Salmo:137, 1-2a. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 11, 1-13
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino,…
Existen muchos modos de orar, es decir, muchas formas de relacionarnos con Dios. Podemos darle gracias, como acabamos de hacer al proclamar el salmo 137, o podemos pedirle perdón por aquello que, en conciencia, consideramos que hemos hecho en contra de su voluntad. También, al orar, hay ocasiones en las que le transmitimos a Dios nuestro amor ‒a veces sin decir ni una palabra‒ y sentimos cómo Él, a su vez, nos transmite su Amor divino. Hay momentos en los que de nuestro corazón brotan alabanzas a Dios, pero otras veces salen quejas, porque las cosas nos van muy mal y no entendemos qué hace Él al respecto. El sabio Job, sintiéndose abandonado por Dios, le dice: «¿Cuántos son mis errores y culpas? Hazme ver mis delitos y errores. ¿Por qué me ocultas tu rostro y me tienes por enemigo?» (Job 13,23-24). En ese momento, Job no rezaba con amor sino con rabia.
Esas tres dimensiones son cruciales en nuestra vida, ya que las tres nos generan situaciones de impotencia y, a su vez, pueden proporcionarnos mucha felicidad, sobre todo la espiritual. Eso lo sabía Jesús y por eso enseñó a sus discípulos a rezar el Padrenuestro, no como una especie de fórmula que resuelve mágicamente nuestros problemas, sino como una guía para meditar cómo nos va en la vida cotidiana y así pedir a Dios que nos ayude para superar nuestros problemas y ser realmente felices.
Cuando san Pablo les dice a los colosenses que «por el Bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él» (Col 2,12), les está animando a profundizar en su condición de hijos de Dios Padre, actuando en su vida cotidiana según su voluntad, honrando su Nombre y viviendo su Reino. Efectivamente, cuando meditamos asiduamente sobre ello ‒en el rezo del Padrenuestro‒ e intentamos llevarlo a la práctica, entonces, con ayuda de la gracia divina, morimos a nuestra vida de pecado y renacemos a la vida en Cristo. En efecto, dependiendo de las circunstancias por las que estemos pasando, podemos relacionarnos con Dios de muy diversas formas. Pero el modo más común es la oración de petición, porque en nuestra vida cotidiana experimentamos diversas situaciones de impotencia y espontáneamente le pedimos a Dios que nos ayude. Por eso, cuando Jesús enseñó a orar a sus discípulos, lo hizo por medio del Padrenuestro, una oración de petición que abarca toda la realidad humana, cuyas tres principales dimensiones son la espiritual ‒debido a que somos templo del Espíritu Santo‒, la material ‒ya que tenemos un cuerpo‒ y la social ‒pues nos relacionamos con otras personas‒.
Hemos escuchado cómo Abraham le ruega a Dios por las personas inocentes que viven en Sodoma. Ciertamente, el bienestar es importante para vivir el Reino de Dios. Eso es lo que meditamos al rogarle a Dios que nos dé «nuestro pan cotidiano de cada día» (Lc 11,3). ¿Qué «pan» necesito yo para vivir verdaderamente bien? ¿Qué «pan» necesitan nuestros vecinos, o nuestros familiares, o las personas necesitadas? Cuando le pedimos a Dios, de todo corazón, que nos dé el pan cotidiano: nos ponemos en manos de su sabia y amorosa voluntad, para que sea Él quien ‒a su modo‒ nos provea de lo necesario para ser felices.
Todos tenemos conflictos con otras personas. Generalmente son roces sin importancia, pero a veces nos causan mucho dolor. Y este dolor se sana perdonando, no guardando rencor. Por eso Jesús nos anima a meditar sobre qué es lo que debemos perdonar a los demás y qué debe perdonarnos Dios Padre a nosotros. Y después, acabando el Padrenuestro, le pedimos a Dios que nos ayude a no dejarnos llevar por la tentación del rencor ni por ninguna otra tentación, sino que nos ayude a guiarnos por su amorosa voluntad, viviendo en armonía con el Evangelio. De aquí surge una última pregunta: ¿Qué guía realmente mi vida: las tentaciones o la voluntad de Dios?
Dado que el Padrenuestro es una oración muy importante, la rezamos muchas veces. Por eso, por desgracia, la recitamos mecánicamente, casi sin pensar lo que le estamos diciendo a Dios. De hecho, cuando rezamos esta oración durante la Eucaristía, en los rezos de Laudes y Vísperas, o en el Rosario, es difícil meditar profundamente su contenido. Por eso Jesús nos anima a reservar en nuestra agenda un tiempo para orar sosegadamente, en privado. Y nos dice que durante ese tiempo debemos entrar en un lugar íntimo, cerrando la puerta al bullicio del mundo, para que, ahí, en lo secreto, podamos orar a Dios Padre, evitando la palabrería ( Mt 6,6-7). Y, efectivamente, un buen modo de orar «en lo secreto» y sin «palabrería» es meditando pausadamente el contenido del Padrenuestro, intentando averiguar qué es lo que Dios nos comunica por medio de esta oración.
Y si esto lo hacemos periódicamente, con la perseverancia del amigo inoportuno de la parábola (cf. Lc 11,5-8), Dios nos proveerá ‒a su modo‒ lo que le pedimos, nos dará ‒a su modo‒ lo que buscamos y nos abrirá ‒a su modo‒ las puertas de su Reino de Amor. Y así seremos realmente felices.
Evangelio del domingo 24 de Julio del 2022