El tema de la Palabra en la Liturgia de este Domingo 26 del Tiempo Ordinario- 25 de septiembre - es la justicia social como exigencia del Evangelio.
El hombre se ha interrogado a todo lo largo de la historia sobre las causas de por qué existen pobres que carecen hasta de lo más necesario, y ricos que abundan en bienes y comodidades. Economistas, filósofos, políticos han dado respuestas y, como consecuencia han surgido ideologías y sistemas de gobierno.
El hombre de la Biblia también se ha interrogado sobre este punto, desde su fe en un Dios justo y providente. A pesar de todos los esfuerzos el problema existe, en proporciones dolorosas, y sigue siendo un interrogante para la fe del cristiano hoy.
Sería un error entender esta parábola en clave de final de los tiempos, como un juicio sumarísimo y, mucho peor, como una amenaza de Jesús con esos detalles sobre “las temperaturas del infierno”. Todos somos ricos y tenemos Lázaros a nuestro alrededor. Jesús quiere desenmascarar la realidad, poniendo claros los peligros de quien sólo se mira a sí mismo y no mira a su lado. De hecho, Jesús no pronuncia palabras de amenaza, si de condena.
Lucas se recrea en un tema que le gusta, sabiendo que en su catequesis tiene que hablar de “aquí” y “allá” para hacerse entender: la vida aquí y ahora, la situación de “este tiempo” y el paso a la eternidad, reflejan un cambio sustancial. Hay un trastrueque de realidades, algo se pone al revés, como expresa María en su oración del Magníficat: los hambrientos de aquí, resulta que son colmados de bienes allá; los ricos de aquí son despedidos por vacíos “allá”. Es decir: los espejismos de nuestras satisfacciones y realizaciones, tienen poco que ver con la felicidad por compartir o tener sensibilidad ante el dolor ajeno. La realidad es que ya acontece en esta vida esta convulsión de actitudes.
¿Qué hacer para compaginar estas realidades “de aquí y de allá”? ¿Cómo compaginar nuestra vida con el sentido de eternidad, de esa otra realidad que tiene que ver con otra manera de vivir?
Profeta Amós 6, 1a. 4-7:
«¡Ay de los que se sienten seguros en Sión!»
Salmo 146 (145):
«Alaba, alma mía, al Señor»
1 Carta a Timoteo 6,11-16:
«Corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe»
San Lucas 16,19-31:
«Murió el pobre... murió también el rico»
Ver o no ver. Los coprotagonistas de la parábola
La parábola marca muy bien las diferencias situacionales del rico y Lázaro, los dos coprotagonistas. Los vestidos de lujo, ostentación y festejos del rico, dejan de manifiesto que Lázaro debía de ir poco bien vestido al dejar a la vista sus heridas repugnantes; las fiestas y disfrutes del rico, son desconocidos por Lázaro; contrasta la mansión del rico, mientras que Lázaro está tumbado a su puerta, así como sus nombres: el rico no tiene nombre, no tiene compasión, no tiene identidad, mientras que Lázaro significa, “Dios me ayuda” y no digamos ya sus actitudes: el rico no necesita de nadie, ni de Dios, se siente seguro, es inconsecuente porque sus riquezas le han cegado y no ve, mientras que Lázaro está enfermo, tiene hambre y es ignorado, excluido, nadie la ayuda, pero espera en su Dios.
En las parábolas de la misericordia, de la compasión hay un denominador común: EL VER o NO VER. El buen samaritano vio al herido y actúo, el sacerdote y el levita le vieron, pero dieron un rodeo; el padre, ve venir al hijo pródigo y se alegró, mientras que el hijo mayor cuando vio venir a su hermano, protestó y exigió; Jesús ve a los discípulos y los llama, ve a la multitud y se conmueve como cuando Yahvé ve la esclavitud de su pueblo en Egipto, le duele a él mismo, se solidariza en el dolor y se alía con él.
La realidad de la vida
Depende donde estemos situados para ver las cosas y las personas de distinta manera. Cuando estamos satisfechos y bien, pensamos que todo el mundo está así o, mejor, ni pensamos cómo están los demás, nos da igual. Perder la tensión por los hermanos, la sensibilidad por el reino de Dios es desfondarnos, es colocar una barrera que, siendo invisible, a la vez es infranqueable, hasta tal punto que nos aísla para no ver al otro. La riqueza obstaculiza el hacer un mundo más justo y, es peor todavía, si el rico se siente a gusto con esa distancia que produce.
Realidad de la muerte en la vida misma
El rico es enterrado con todo lujo de detalles y solemnidad y va al reino de la muerte, pero es juzgado no por ser rico, sino por su indiferencia, por no compartir, por ignorar, por su ceguera e insensibilidad nada más salir de su casa, de sus refugios. Nada se dice de Lázaro, fue llevado por los ángeles sin funeral ni nada.
Nuestra realidad
Somos ricos y lázaros conviviendo en la misma sociedad y hasta en la misma comunidad, familia y persona. Situados a un lado o a otro vemos claro u oscuro. Si tenemos trabajo, cariño, compañía, vida autónoma, todo resuelto nos parece que no existen los de la otra orilla. Nuestra instalación o acomodación nos hace perder la perspectiva y tensión por otras personas. El poder excluyente y deshumanizador de las riquezas o talentos cambian nuestra realidad.
No falta incluso nuestra apreciación al ver a los de la otra orilla como algo normal, pues son víctimas que se han ganado su situación por holgazanes, atrevidos que sufren las consecuencias hirientes y escandalosas a causa de su dejadez. Bien es cierto que hay situaciones causadas por el fracaso de sistemas político o sociales (paro, guerras, mala distribución de las riquezas...), pero en ello va incluido el fracaso de cristianos que satisfacemos nuestras necesidades sin compartir (aunque demos limosnas), que compramos y gastamos más de la cuenta o en lo que no es necesario.
Imposible vivir en la apatía, sin sensibilidad ante el sufrimiento. Podemos evitar el contacto directo con los sufrimientos (Lázaros) y creer que la aflicción del dolorido no nos afecta, distrayéndonos de ello. Incluso, podemos implicarnos, porque es más fácil cuando el dolor está lejos, pero lo que hacemos es reducir el dolor a mínimos o a estadísticas y ya está. Es lo que sucede cuando contemplamos en los medios de comunicación realidades sangrantes, haciéndolas más soportables. Nunca podremos ocultar algo que llevamos dentro, que nos constituye como humanos: el reconocer las necesidades comunes que tenemos todos.
No abrir abismos insalvables: ni familiares (padres-hijos); ni comunitarios, ni sociales. Como instrumento necesario para evitarlos, usar la comunicación, el acercamiento concreto de la compasión, no bastan las limosnas. Nuestra felicidad está en nosotros mismos, no en las riquezas y sus esclavitudes. Ya que el Señor es nuestra riqueza, somos libres ante otras riquezas, pues aun siendo bendiciones, es más cristiano no dejarnos anestesiar por ellas, sino dominarlas.
Los socavones en la vida cristiana están motivados por la falta de comunicación en su mayoría de veces, por envidias, celos, malos entendidos, comunicaciones que enreda el diablo, encumbrándonos y creyéndonoslo; otras veces los conflictos personales nos aíslan y autoexcluimos de la convivencia; sin olvidar cuando nos asociamos por conveniencia para luchar contra no se quien ni qué.
La escucha de la Palabra de Dios (“escuchar a Moisés y los profetas”). El interés del rico para que sus hermanos no corran por los mismos caminos que él se resuelve con la escucha de la Palabra, con los contravalores vividos y propuestos por Jesús en el evangelio. El evangelio regenera y su fuerza salvadora crea puentes de encuentro por encima del tiempo y de los gustos personales. Si, además, lo celebramos en la Eucaristía, banquete de todos los hijos, donde nos necesitamos y entendemos que las necesidades de los demás son demandas proféticas, pues es urgente aliviar el dolor de los sufrientes, como lo hizo Jesús.
Evangelio del domingo 25 de Septiembre del 2022