Nos reunimos para la celebración de la Eucaristía en el quinto y último Domingo de Cuaresma. Nos encaminamos, como Iglesia, a celebrar con gozo la Pascua del Señor. Es un paso de una realidad a otra. Un mundo que queda atrás, el del pecado, la opresión y la servidumbre y un mundo nuevo al que Dios lleva y donde el hombre debe encontrar su verdadera libertad. Pero ese paso tiene un gran costo para Dios y para el hombre.
Es momento oportuno para hacer un examen, bajo la luz de la Palabra de Dios, de nuestro proceder a lo largo de esta Cuaresma, para ver si hemos caminado hacia el Señor, si hemos decidido «convertirnos» un poco a Él. El Domingo pasado, el Señor nos mostraba, por medio de la parábola del hijo pródigo, el gran amor de Dios a los hombres. El padre salió al encuentro del hijo y le perdonó. Sin pedirle explicaciones y, además, organizó una gran fiesta, que no fue compartida por el hermano mayor.
En este quinto Domingo de Cuaresma, el Señor nos ofrece una nueva lección sobre el amor misericordioso y perdonador de Dios
Isaías 43, 16-21: «Miren que realizo algo nuevo y daré bebida a mi Pueblo»
Salmo 126(125): «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres»
Carta a los Filipenses 3, 8-14: «Todo lo estimo pérdida, comparándolo con Cristo, configurado, como estoy, con su muerte»
San Juan 8,1-11: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más»
En cuaresma esta palabra nos hace vivir el compromiso hondo de la vida cristiana. La realidad del pecado en la vida, cualquiera que sea ese pecado. El mundo que nos rodea nos invita a pecar, pero nos juzga despiadadamente. Y el rostro humano de Dios en Jesús que se pone de nuestra parte y nos abre el camino nuevo, el que lleva a la Pascua, detrás de él, en un compromiso de todos los días. En él encontramos la verdadera libertad. La que nos hace dar el paso, y Pascua significa paso, de la oscuridad a la luz, de la esclavitud de nosotros mismos a la libertad, para ingresar al mundo que Dios mismo nos ofrece: su amor y su propio misterio.
Celebrar la Pascua es sentir que entramos en un mundo nuevo como aquella mujer que, habiendo encontrado en Cristo el amor de Dios, se adentra, anónima pero bien comprometida, en ese mundo nuevo al que Cristo la hizo entrar : Anda, le dijo. Enfréntate, como nueva, a la vida. La consigna de Jesús, llena de amor y de preocupación de Dios por nosotros, será siempre la misma: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. Esa es nuestra Pascua. Dinamismo de la misericordia. Que importante es pensar en la misericordia del Señor como lo hacíamos el Domingo pasado. En este quinto Domingo de cuaresma nos encontramos con Jesús el maestro de la misericordia, que a partir de un hecho puntual conduce a todos los hombres a entrar en la dinámica de la misericordia a partir de tres pasos que aplica Jesús en este pasaje, como el Maestro por excelencia:
a) Escucha:
Jesús como Dios está en el templo para escuchar a la gente que acude a él. En este pasaje vemos que la gente llega para aprender de su sabiduría y Él con toda tranquilidad se sienta a enseñarles, a la gente necesitada de su conocimiento; pero su enseñanza se ve interrumpida por los escribas y los fariseos que conducen a una mujer a la cual acusan de adúltera. Jesús no se molesta, no se incomoda; los escucha y comprende que la mujer ha pecado y por su pecado debe morir según la ley. La manera de escuchar de Jesús es sabia porque permite que los acusadores descarguen todo su veneno, expresen todas sus intenciones.
b) Interpelación - introspección:
En este pasaje vemos cómo Jesús, el Maestro, conduce a todos a entrar en lo más intimo de su ser. Cuando es interrogado frente a este caso de falta grave contra la ley, Ël guarda silencio para incitar a que ellos también hagan su propio juicio. Pero, como ellos insisten en que sea Él quien delibere, Jesús los cuestiona para hacer pensar en los propios errores y, si ellos no merecen condena, que ejecuten la sentencia mandada por la ley de Moisés.
c) Perdón:
La misericordia que Jesús ofrece es para todos. En lugar de castigo, nos ofrece perdón; aunque merezcamos la muerte, Él nos ofrece la vida y, a pesar de nuestra indignidad, Él nos coloca en el lugar privilegiado: el de los hijos. La oferta del perdón en este texto es para los acusadores y la mujer acusada, es decir para todos, porque lo que se ofrece es una gracia extraordinaria, porque sólo Jesús confía tanto en el pecador como para decirle «vete, y en adelante no peques más». Sólo que esta oferta pide que salgamos de nosotros mismos para entregarnos a Él.
Nos podemos identificar con los personajes de este pasaje. Podemos ser inmisericordes con los demás, incapaces de comprensión y de perdón. No se nos pide aprobar toda conducta ajena sino ser verdaderos y sinceros con nosotros mismos. En la condición de la mujer, que no acude a excusas sino que silenciosa espera la hora de la misericordia, nos debemos mirar todos. La Palabra de Dios nos invita a reconocer en nuestra propia vida los pasos de la Pascua. Hay tanto en nosotros que debe quedar atrás, hundido en el perdón de Dios.. Lo conocemos bien.
Dejémonos interrogar por la Palabra de Dios. Son situaciones vividas que nos afectan negativamente y que afectan también así a los demás. Celebrar la Pascua es aceptar la invitación divina a dar ese paso hacia el amor de Dios y de los hermanos que nos libera de ese pasado oscuro.
«Nos parecía soñar...» (Sal. 126(125), 1) Señor, de las penas y sufrimientos de esta vida ya sé bastante; Pero en ningún momento quiero que el peso del realismo corte las alas de mis sueños.
Por encima de todo quiero ser optimista, quiero ser soñador. Decididamente quiero apostar por la utopía. Desde mi fe en la Resurrección, afirmo que la vida es bella, Que vale la pena luchar por hacer un mundo más humano, más justo, más fraterno, más habitable.
Me da náuseas un mundo sin sueños, sin ilusión, sin esperanza, Sin utopías. Dame la gracia de vivir siempre enamorado de la vida.
Evangelio del domingo 3 de abril del 2022