Nos adentramos, hermanas y hermanos queridos, en este tiempo particularmente intenso y santo, en clave espiritual, de la Cuaresma, que iniciamos con la imposición de la ceniza, y su llamada a una vida fundamentada en el Evangelio.
Tiempo, como bien sabemos, de preparación para celebrar en comunión con el Señor Jesucristo, y con toda la comunidad que vivimos con fe en Él, los acontecimientos de su Pascua.
Es tiempo que nos llama al recogimiento, a la oración, a la introspección, a una cierta austeridad de vida y a revisar la autenticidad y coherencia de nuestro vivir y actuar como creyentes cristianos.
Si siempre el Señor Jesucristo ha de estar presente en el horizonte de la vida del creyente cristiano, en este tiempo de Cuaresma esta atención clavada en Él deberá ser particularmente significativa para todos y cada uno de nosotros.
Esta concentración en Él nos ayudará a descubrir que cuanto se encierra en el misterio de Cristo Jesús está transido por un amor puro y pleno, sin ningún otro aditamento, que despertará en nosotros la gran pregunta de cómo estamos siendo fieles a este admirable don y cómo deberemos serlo con mayor y más plena autenticidad.
Desde estas líneas les deseo a todos un caminar hacia la Pascua en estrecha compañía con el Señor, llenos nuestros corazones de su Amor y de la Esperanza que sólo Él puede darnos.
Lectura del libro del Génesis 9, 8-15:
"Dios dijo a Noé y a sus hijos: 'Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes'..."
Salmo 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9:
R/ "Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza."
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 3,18-22:
"Queridos hermanos: Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios…"
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 1, 12-15:
"En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían…"
En el pórtico de la Cuaresma una llamada a la confianza en la bondad de Dios
Las lecturas de este Primer Domingo de Cuaresma están todas ellas conectadas con un mensaje de confianza en la bondad de Dios para con nosotros, sus hijas e hijos: “Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes... no volveré a destruir la vida” (Gn 9,9.11).
También los textos recogidos como salmo responsorial abundan en el mismo sentimiento: “El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores” (Sal 24, 8).
Igualmente, la segunda lectura, tomada de la Primera Carta de San Pedro, alude al misterio de la Redención, expresión y culmen del Amor del Padre ofrecido al mundo en la entrega de su Hijo: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios” (1 P 3, 18).
En el fragmento del Evangelio de San Marcos podemos del mismo modo entrever esta manifestación de la bondad del Padre Dios, que llena de su Espíritu al Hijo, Jesús, el Señor, quien, conducido al desierto, tras vencer al tentador, anuncia la proximidad del Reino de Dios y llama a la conversión: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).
Pienso que la meditación de estos textos, el dejarnos interrogar por ellos, llenarán de esperanza nuestros corazones y nos conducirán a un vivir y obrar con mayor fidelidad al mensaje del Señor Jesucristo.
El Reino que anuncia es el del Amor del Padre por todas sus hijas e hijos. Y el Evangelio que nos invita a acoger es la Buena Noticia que nos explica y realiza como humanos. En el origen y en la meta de esta nuestra vida está el Amor del Padre. Y sólo nos realizamos plenamente como hijas e hijos suyos en la medida en que nuestra vida transite por las sendas de su Amor.
En el pórtico de la Cuaresma una llamada a ser visibilización del Invisible
“Convertíos y creed en el Evangelio”
Se me antoja conectar esta llamada clara y explícita del Señor con el indicativo de San Pablo en su carta a Tito: “Ha aparecido la bondad de Dios y su amor a los hombres” (3, 4). Aquí radica la llamada a la conversión y a mantener viva la fe en el Evangelio. Añade una cualificación al contenido de la fe. Creemos que el Misterio de Dios es principio y fin, origen y meta; y creemos también que es fuente de Amor, que abre nuestra vida a la confianza en Él, y reclama una respuesta henchida de amor por parte de cada uno de nosotros.
Estamos asistiendo, incluso protagonizando, a un momento histórico de fuertes contrastes y contradicciones. A veces se apodera de nosotros el horror de nuestra propia fuerza destructiva; otras nos indignamos por el demasiado lento crecimiento y consecución de la justicia, cuando nos percatamos de cómo se agigantan los abismos que distancian la opulencia y la pobreza.
A veces, los afortunados nos asombramos, admirados, de nuestros propios logros que nos hacen la vida más grata y difuminan problemas y preocupaciones... Y los creyentes, con preocupación, observamos como el interés por el Misterio de Dios, y la relación con Él, se difuminan en la vida de muchos de nuestros contemporáneos.
La Palabra del Señor quiere llegar, a través nuestro, a este mundo de contrastes y contradicciones, y olvido de Él. Viene a sacudir nuestras conciencias y a ponernos en alerta para ser testigos y propagadores del amor y la bondad que se encierran en el Reino de Dios que anhela llegar a todos los rincones del mundo.
Vivir la Cuaresma con talante y espíritu cristiano habrá de empujarnos a aunar, y no a confrontar; a pacificar, y no generar violencia; a construir la justicia destruyendo egoísmos; a tender puentes en vez de engendrar abismos; a generar confianza donde abundan las dudas, sutilezas y resquemores; a ofrecer valores sólidos a quienes inician las sendas de la vida para librarlos del aullido destructor del vacío; a iluminar horizontes de esperanza donde las sombras tiñen los rostros de tristeza; a llenar con la calidez del amor la gelidez de la soledad y el desamor...
Quizás entonces pueda amanecer un mañana mejor para muchos, y estaremos esbozando, con y desde el Evangelio del Reino de Dios, algún perfil de Aquel cuyo misterio nos desborda.
Entremos dentro de nosotros en este tiempo santo, y busquemos la senda, o las sendas, que habremos de transitar para hacer visible al Invisible.
Que Él guíe, sin temor, nuestro caminar.
Evangelio del domingo 18 de febrero del 2024