Seguimos caminando por la cuaresma y lo hacemos acompañados por Marcos y por el relato de la transfiguración del Señor. Quien haya podido visitar Tierra Santa y haya podido acercarse al monte Tabor, se habrá encontrado con un paraje que invita al encuentro con Dios y con una basílica en la que están muy presentes esas dos figuras que son centrales en este relato, me refiero a Moisés y Elías.
El encuentro de Jesús con Elías y Moisés, en este segundo domingo de cuaresma, nos invita a mirar a Jesús como el Hijo de Dios, como aquel que trae la ley definitiva y es lugar de encuentro de Dios con el ser humano. Nos invita, igualmente, a hacer presente a Dios con nuestra vida, denunciando todo los que nos separa de Él y de los demás y anunciando caminos de vida y dignidad.
Por este motivo, como Pedro, Santiago y Juan, nosotros tampoco podemos quedarnos arriba en el monte. Estamos llamados a bajar del mismo, y a comprometernos en el mundo en el que estamos y en la sociedad en la que vivimos por medio del anuncio del Evangelio y del compromiso por la justicia y la paz, tanto con la palabra como con la vida.
Lectura del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18:
"En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán…"
Salmo 115:
R/ "Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos"
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b-4:
"Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos dará todo con él?..."
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 9, 2-10:
"En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos.."
Hoy, en este segundo domingo de cuaresma, en el que se nos llama a convertirnos y a creer en el evangelio, se nos ofrece el relato de la transfiguración del Señor para que lo meditemos, lo oremos y nos dejemos convertir por él.
En este relato de la transfiguración hay un reconocimiento de Jesús como hijo de Dios y una invitación a escucharle: “Este es mi hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo.” Jesús no es sólo una buena persona o un modelo para nosotros. Jesús para nosotros lo es todo: es el Hijo de Dios, es nuestra referencia, quien llena de sentido nuestra vida; es en quien decimos creer y a quien decidimos seguir.
Y, por este motivo, estamos llamados a volver nuestra mirada y nuestro corazón a Él, a su Palabra, a su Evangelio. Pero este reconocimiento, esta confesión de fe, la escuchamos en varios momentos en el evangelio. ¿Qué hay hoy de diferente? Hoy esta confesión nos llega acompañada de dos figuras, Elías y Moisés. Y esto no es baladí, esto nos quiere decir algo.
La figura de Moisés para el pueblo de Israel es muy importante porque él es quien les entrega la ley de parte de Dios y para ellos la ley es un medio para mantenerse unidos a Yahvé, para cuidar la alianza, el pacto, entre Él y el pueblo. Pero no solo es quien les entrega la ley, también es aquel instrumento de Dios que les trajo la liberación, que les dio la libertad.
No podemos separar estos dos aspectos: ley y libertad. Están íntimamente unidos. Toda ley tiene que servir para cuidar y proteger la libertad del ser humano, hombre y mujer. La ley que no libera no es buena ley, la ley que oprime tiene que ser denunciada, tiene que ser eliminada. Hoy día, en el mundo, hay muchas leyes que siguen oprimiendo al ser humano, que le quitan su libertad, que son un obstáculo para el cuidado de su dignidad. Y ante esto, no podemos callar, no debemos callar. No olvidemos que el silencio es cómplice, que quien calla otorga.
Por esto quiero que nos fijemos en la otra figura que aparece, Elías. Este fue un profeta hebreo que vivió en el siglo IX antes de Cristo. Los profetas hacían presente a Dios en medio del pueblo, anunciaban su palabra y daban testimonio de él. Los profetas también denunciaban todas aquellas situaciones y acciones que separaban al pueblo de Dios y que dañaban a los que Yahvé amaba. Pero no se quedaban en la denuncia, llamaban a la conversión e indicaban los caminos por los que llegar a ella, a dicha conversión.
Esto hoy nos tiene que llevar a pensar si verdaderamente estamos siendo fieles al Dios de Jesús cuando no denunciamos o nos callamos ante conductas como las siguientes: no estar dispuestos a caminar con las personas que piensan diferente o que tienen otra manera de ver las cosas, cerrar las puertas a las personas migrantes o dejarlas en el limbo por falta de papeles, invisibilizar a las personas sin hogar cuando pasamos por su lado como si no hubiera nadie, etc.
Jesús, es aquel que nos entrega la ley definitiva, aquel que nos trae la libertad plena, aquel profeta definitivo que es presencia de Dios porque es Dios mismo. Jesús denunció todo lo que denigraba al ser humano, mujer y hombre; y Jesús anunció la vida levantando a quien estaba caído.
Así se acercó a las mujeres que eran consideradas impuras para dignificarlas, como sucedió en la curación de la mujer que padecía flujos de sangre o no dudó en acercarse, igualmente, a los leprosos, sanándolos y dándoles un sitio en la sociedad de la cual habían sido marginados. Puso, también, a un samaritano, considerado hereje por los judíos, como ejemplo de compasión para con el prójimo. Como se nos dice en uno de los prefacios: “se acerca a todo hombre y a toda mujer que sufre en su cuerpo o en su espíritu y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”.
Todos estos gestos de Jesús nos encaminan hacia esa nueva humanidad que ya se ha hecho realidad en Él: esa nueva humanidad que estos tres discípulos de Jesús ya gustaron, en cierta medida y en la cual hubieran querido permanecer. Pero no es posible, hay que volver a la vida cotidiana, al día a día, para anunciar con la palabra y con la vida esa nueva humanidad haciéndose semilla del Reino. Jesús les invita y nos invita a bajar al valle, a la vida normal, a vivir el evangelio con los hermanos y hermanas y a hacerlo vida en nuestra propia vida.
Y aquí llega lo que, a ninguno, en muchas ocasiones, nos gusta oír: para llegar a esa humanidad nueva, que ya se ha hecho presente en Jesucristo, hemos de pasar por la pasión, por la entrega, como tuvo que pasar Jesús, que entregó su vida en la cruz por fidelidad al Padre y al ser humano: fidelidad, porque pasó por la vida haciendo el bien y curando o liberando a los oprimidos por el mal; fidelidad porque entregó su propia vida para que todos tuvieran vida y la tuvieran en abundancia.
Hoy a nosotros también se nos invita a ser fieles a Dios y al ser humano practicando las obras de misericordia, siendo instrumentos de comunión y reconciliación en medio de una sociedad fragmentada y dividida, trabajando por la justicia y la paz en un mundo tan castigado por la injusticia y las múltiples violencias, entre ellas la de las guerras…
Evangelio del domingo 25 de febrero del 2024