“Este domingo 30 del tiempo ordinario 23 de octubre, Jornada Mundial de las Misiones, Jesús nos invita a detenernos con el evangelista Lucas en esta parábola del fariseo y el publicano para que revisemos nuestra actitud y postura ante Dios, desterrando de nosotros toda soberbia y enaltecimiento, y prefiriendo siempre la humildad y la sencillez. Acogiéndonos siempre a la misericordia de Dios, que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.
Con frecuencia, por el hecho de ser creyentes practicantes, corremos el peligro (o sufrimos la tentación) de creernos mejores que los demás.La Palabra de hoy, con la parábola evangélica del fariseo y el publicano, nos va a prevenir contra esta tentación. La palabra destaca el valor de la humildad para alcanzar el favor divino. Nos invita a ser sinceros y a pedir perdón, de corazón, a Dios
Eclesiástico 35, 15b-17.20-22a:
«Los gritos del pobre atraviesan las nubes»
Salmo 34(33):
«Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha»
2 carta de S.Pablo a Timoteo 4, 6-8.16-18:
«Ahora me aguarda la corona merecida»
San Lucas 18, 9-14:
«El publicano bajó a su casa justificado; el fariseo, no»
En la primera lectura del libro del Eclesiástico observamos claramente cuáles son las preferencias de Dios: los humildes, los pobres, los oprimidos, los huérfanos, las viudas… “Escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda”, “los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”. En la antífona del salmo lo observamos también: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. De esta manera se nos prepara para escuchar la parábola del fariseo y el publicano del evangelio.
En la segunda lectura, con la que terminamos de leer las cartas de Pablo a Timoteo, observamos como ante la proximidad del final, Pablo observa el pasado y se siente feliz por todo el camino recorrido: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe”. Sabiéndose un ganador por todo lo realizado y vivido espera el premio por parte de Dios: “me aguarda la corona merecida”. Reconoce que no es mérito suyo el ganar este premio, sino que el Señor es quien le ayudó y le dio fuerzas para anunciar su mensaje. Pablo expresa también su confianza en que Dios no le abandonará, sino que seguirá ayudándole librándole de todo mal, con la esperanza firme de que tras su muerte le llevará al cielo.
En el evangelio vemos como Jesús nos quiere hacer reflexionar sobre la oración con la parábola del fariseo y el publicano. En primer lugar, debemos tener claro a quien está dirigida porque ahí nos da la clave de su comprensión: “a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”. Jesús rechaza estas actitudes y se los hace ver con esta parábola.
Tenemos que tener claro que nuestra actitud y nuestra postura ante Dios no puede ser de soberbia, de orgullo, de autosuficiencia, de mirar por encima del hombro a los demás, sino que tiene que ser una actitud humilde, desde la sencillez y humildad. Jesús no quiere que adoptemos una actitud de soberbia en nuestra oración y en nuestra vida porque sabe que eso nos hace daño y, en vez de acercarnos, nos aleja de Dios.
Si nos detenemos en la parábola, observamos como el fariseo ora erguido, cumple con todo lo que la ley mosaica le imponía, e iba aún más allá. Y eso lo hace bien, y le hace sentirse seguro ante Dios. Se centra en su buena vida espiritual. Observemos que le habla de los diezmos que da y de los ayunos que hace, pero no habla nada de sus obras de caridad. Ahí se encuentra su problema.
El publicano, al entrar en el templo se quedó atrás. Piensa que no merece estar en aquel lugar tan sagrado… Dice el texto que no se atrevió a levantar los ojos al cielo y se golpea el pecho reconociendo que era un pecador. No presenta a Dios ningún mérito como si hizo el fariseo, pero hace algo aún más importante: se acoge a la misericordia de Dios porque sabe que es un pecador. Seguro que no era muy dado a rezar, pero esta vez Jesús alabó su oración sincera.
Fijándonos en nuestra vida, ¿Con quién nos asemejamos más: con el fariseo o con el publicano? Ojalá que un día se cumpla en nosotros aquello de que “el que se humilla será enaltecido” para poder ser transformados, bendecidos, justificados por Dios.
Te damos gracias. Dios justo y misericordioso, queremos bendecirte con los humildes de esta tierra, con todos los que saben agradecer tu amor.
Tú no te complaces en humillarnos, pero te complaces en la humildad. Cuando reconocemos con sinceridad y humildad nuestra limitación creaturas, estás ahí para llenar lo que nos falta con tu gracia.
Eres el Dios de los pobres, de los publicanos, el Dios del pueblo llano; ese pueblo que no tiene bienes para pagar diezmos, que no tiene mucho de qué gloriarse, que sólo sabe pedir ayuda y perdón en pocas palabras. - Tú conoces, Padre, la verdad de cada uno, Tú conoces, Padre, la verdad de cada uno, Tú sabes quién saldrá justificado.
En la celebración eucarística los cristianos experimentamos de manera privilegiada la justificación por medio de la fe en Jesús.
La comunión en la Palabra y el Pan nos hace descubrir los cristianos experimentamos de manera privilegiada la justificación por medio de la fe en Jesús. La comunión en la Palabra y el Pan nos hace descubrir nuestra condición de pecadores ante Dios que nos ama.
Evangelio del domingo 23 de octubre del 2022